Star Wars: Episodio IX – El ascenso de Skywalker
Cuarenta y dos años. Eso es lo que tuvimos que esperar para ver, por fin, el final de la Saga Skywalker. Por supuesto, inicialmente el final se llevó a cabo en 1983, con el estreno de “El retorno del Jedi”, o técnicamente, en el 2005, con “La venganza de los Sith”. Pero desde que el director J.J. Abrams comenzó una nueva trilogía de la Saga Galáctica en el 2015, con “El despertar de la Fuerza”, y Rian Johnson, de manera bastante controversial, la continuó hace dos años con “Los últimos Jedi”, varios fanáticos (y otros no tanto) han estado a la espera de este Episodio 9. ¿Cómo cerrarían la trilogía? ¿De verdad se trataría de un desenlace para la Saga Entera? ¿Cómo lograrían hacer que los Episodios 7, 8 y 9 se sientan como una sola historia, coherente y lógica?
Nunca iba a ser una tarea fácil. Después de todo, luego del estreno de “Los últimos Jedi”, los fanáticos quedaron divididos en dos: hay quienes apreciaron y disfrutaron del trabajo de Johnson, quien básicamente se dedicó a deconstruir el misticismo de la saga, así como los clichés inherentes al estilo de Lucas, mientras que otros se sintieron traicionados por una historia que, a sus ojos, iba en contra de todo lo que “Star Wars” representa. Además, está el hecho de que la mismísima Princesa Leia, Carrie Fisher, falleció hace más de dos años, y que tanto Luke Skywalker como Han Solo estaban ya muertos dentro del universo de las películas. Súmenle a esto la sorprendente presencia del Emperador Palpatine en los primeros trailers del Episodio 9, y muchos nos comenzábamos a hacer la misma pregunta: ¿qué es lo que haría J.J. Abrams con esta última película?
Pues resulta que trató de hacer demasiado. Honestamente, no me sorprende el hecho de que “Star Wars: El ascenso de Skywalker” esté siendo igual de divisoria que su predecesora, por más que, tanto a nivel temático como narrativo, sea el total opuesto a “Los últimos Jedi”. Con un ritmo frenético que nunca le deja respirar al espectador, efectos visuales de primera, excelentes actuaciones por parte del reparto central, y una trama que presenta giros cada cinco minutos, el filme se siente como los Episodios 8 y 9 de Abrams en una sola película; al salir de la sala de cine, me sentí exhausto, como si hubiese visto seis historias complejas a la vez en menos de tres horas. Se trata de una experiencia intensa y extremadamente emotiva —especialmente para los fanáticos— pero que, desgraciadamente, se cae a pedazos si uno la analiza demasiado. No es un desastre, pero definitivamente funciona mejor a nivel emocional que intelectual.
Trataré de no dar demasiados detalles sobre la trama, pero si todavía no han visto la película, les recomiendo que regresen a este texto luego de hacerlo. Al comenzar la cinta, nos enteramos que el Emperador Sheev Palpatine (Ian McDiarmid) ha retornado, y le ha mandado un mensaje a la Galaxia: tiene una flota de naves Imperiales, y está dispuesto a usarla para convertirse, nuevamente, en el máximo soberano. Es por ello que nuestros protagonistas, Rey (Daisy Ridley), Finn (John Boyega) y Poe Dameron (Oscar Isaac) deciden viajar a un planeta lejano, en busca de un artefacto que los llevará al escondite del Emperador. Pero para variar, la Primera Orden los está buscando, esta vez comandados por el Líder Supremo Kylo Ren (Adam Driver) y sus Caballeros de Ren. ¿Podrá Rey convertir a Kylo al Lado Luminoso? ¿Podrá Palpatine convertirse en Emperador nuevamente? ¿Y podrá Abrams contestar todas las preguntas que nos quedaban de las dos cintas anteriores?
Mientras que “El Despertar de la Fuerza” se sintió como un reinicio para la saga, mitad secuela y mitad reboot suave, y “Los últimos Jedi” decidió dejar de lado la nostalgia, haciendo uso de una filosofía muy bien explicada por Kylo Ren (“deja morir al pasado; mátalo si es necesario”), “Star Wars: El ascenso de Skywalker” depende casi enteramente de la nostalgia, trayendo de vuelta muchos de los elementos presentes en las dos primeras trilogías. Se trata de una decisión curiosa, la cual resultará incluso más interesante (o desesperante, dependiendo de a quién le pregunte uno) a la hora de ver las tres películas de un porrazo. Porque, a pesar de que la trama del Episodio 9 funciona mientras uno está viendo el filme, sospecho que no se sentirá particularmente coherente si es que se le considera como el final de una historia iniciada en el Episodio 7. De hecho, esta última entrega contradice en muchos aspectos al filme de Johnson, lo cual convierte a esta Trilogía en un producto final ecléctico, hasta desigual.
Después de todo, mientras que “Los últimos Jedi” le rogaba al espectador que, por favor, olvide el pasado, y deje de ver los eventos de la Trilogía Original y hasta las Precuelas con “anteojos de nostalgia”, “Star Wars: El ascenso de Skywalker” está obsesionado con el pasado. Por ende, en lugar de la democratización de La Fuerza —un concepto bastante intrigante introducido en el filme anterior—, tenemos, nuevamente, una historia que demuestra que todo el poder de sus personajes está en la sangre que fluye por sus venas. Y por supuesto, tenemos a Palpatine, quien, aparentemente, había estado cumpliendo un rol en la trama de los dos Episodios previos. Aparentemente. Se nota, sin embargo, que nadie lo había siquiera considerado a la hora de escribir “El despertar de la Fuerza” o “Los últimos Jedi” —ni Abrams ni Johnson. Esto hace que la reaparición del buen Darth Sidious se sienta repentina, hasta ilógica.
Por otro lado, muchas de las preguntas que los fanáticos habían tratado de responder por años son consideradas en este nuevo capítulo, finalmente —el problema es que no todas las respuestas son igual de satisfactorias. En general, las revelaciones hechas por el guión de Abrams y Chris Terrio (“Argo”, “Batman v Superman”) no me molestaron demasiado, pero a la vez, se sienten obvias, como algo sacado de un fan fiction, y no como desarrollos naturales de la narrativa, o al menos extensiones de los dos capítulos anteriores. Admito que muchos de los giros que Abrams desarrolla en la película me dejaron en shock —es decir, funcionaron “en el momento”—, pero a la vez, una vez que me puse a pensar y a tratar de justificarlos, simplemente no funcionaban. “Star Wars: El ascenso de Skywalker” es un filme más preocupado en justificar su propia existencia y en mover a sus personajes de un lado a otro, que en crear enlaces sólidos con las aventuras anteriores.
Lo cual es una pena, porque se trata de una película innegablemente entretenida, la cual claramente ha sido estructurada de tal manera que la mayoría de fanáticos se sientan satisfechos. Los Easter Eggs abundan, las secuencias de acción son rápidas y furiosas, los efectos visuales son verdaderamente de primera, y el filme hasta incluye un par de momentos que nos remontan a los tiempos antes de esta Trilogía (los cuales, estoy seguro, nos hubiera gustado ver mejor desarrollados en otras producciones). Nuevamente, “Star Wars: El ascenso de Skywalker” es una cinta que no quiere dejar morir al pasado; quiere hacernos recordar el pasado, y quiere tratarnos de decir que el pasado es extremadamente importante para los eventos del presente. No se trata de un mal tema para desarrollar —el problema es que nunca fue un tema en el que las dos películas anteriores estuviesen particularmente interesadas.
Lo cual me lleva a la siguiente pregunta: ¿de qué se trata esta nueva trilogía de Star Wars? Porque la Trilogía Original se trataba, claramente, sobre la pelea entre una Rebelión sin recursos y un Imperio Galáctico enorme, y la relación entre un padre e hijo. Y aunque tiene varios detractores, al menos podemos decir que las precuelas tratan sobre la caída de una democracia, la manipulación política y de poder de un político, y la tragedia de un chico que tenía miedo de perderlo todo. ¿Pero las secuelas? Las secuelas se sienten dispersas, apelando a lo que ya había funcionado antes (Episodio 7), tratando de hacernos olvidar el pasado y yendo en contra de nuestras expectativas (Episodio 8), o intentando reunir elementos de todas las películas anteriores, como para crear un sancochado lleno de fan service (Episodio 9). Ahora más que nunca, me hubiese encantando que Lucasfilm tenga un plan bien construido para esta nueva trilogía de películas.
Felizmente, todos los elementos que funcionaron en los dos filmes anteriores siguen aquí, para deleitar al espectador. Daisy Ridley da su mejor actuación como Rey, convirtiéndola en una protagonista que está buscando su lugar en el mundo —si “Los últimos Jedi” la trataba como guerrera confundida, que recién se estaba convirtiendo en Jedi, “Star Wars: El ascenso de Skywalker” la presenta como alguien más fuerte y decidido, pero que se encuentra en medio de una crisis de identidad alucinante. El Poe de Oscar Isaac no tiene un arco tan definido como en el filme anterior, pero logra otorgarle el mismo carisma de siempre al personaje —sus interacciones con la Zorii Bliss de Keri Russell son particularmente fascinantes; el Finn de John Boyega tiene más que hacer acá que en la cinta anterior (y su química con la Jannah de Naomi Ackie es más fuerte que la que compartía con la Rose de Kelly Marie Tran), y el Kylo Ren de Adam Driver sigue siendo un gran villano —lleno de conflictos internos, e inseguro. Sus interacciones con Rey —a través de la conexión introducida por Johnson en el Episodio 8, uno de los pocos recursos que “Star Wars: El ascenso de Skywalker” hereda de dicha cinta— siguen siendo de lo mejor que el filme tiene para ofrecer.
Sin embargo, y por razones que no termino de entender, Abrams y Terrio decidieron introducir varios personajes nuevos, muchos de los cuales se sienten completamente innecesarios, o están, al menos, mal servidos por esta historia en particular. Richard E. Grant es un excelente actor, pero su rol como el Almirante Pryde muy fácilmente hubiese podido ser cumplido por el General Hux de Domnhall Gleeson, quien muy poco tiene que hacer acá. La Jannah de Naomi Ackie, adicionalmente, aparece de manera muy repentina, y sin mayores explicaciones, se convierte en parte importante de la Resistencia. Y hasta el rol del nuevo droide, D-O, hubiese podido ser cumplido por el gran R2-D2; digo, como para darle algo importante qué hacer —por fin— en esta trilogía. Quien la pasa realmente bien, más bien, es el C-3PO de Anthony Daniels. Tiene algunos de los mejores —y más graciosos— diálogos, y un rol muy importante que cumplir para ayudar a la Resistencia.
Y por más que su presencia en esta película se sienta extraña y hasta forzada, las escenas protagonizadas por el Palpatine de Ian McDiarmid son algunas de las mejores, demostrando, una vez más, que se trata de uno de los mejores villanos de la historia del cine (el pobre Snoke de Andy Serkis no le llegaba ni a los talones). Vale la pena admitir que algunas de las revelaciones realizadas por dicho personaje son algo… curiosas… pero verlo nuevamente en pantalla resulta ser todo un deleite. De hecho, su presencia no es la única referencia que la cinta incluye a las ocho películas anteriores; deben mantener los ojos abiertos —y los oídos limpios— durante todo el filme para encontrar diversos Easter Eggs, tanto visuales como sonoros, de la Trilogía Original y de las Precuelas. Se nota que Abrams quería unir, al menos a través de ciertos detalles, a todas las entregas de la Saga.
Desgraciadamente, algunas de las tendencias más hiperactivas del reconocido cineasta se hacen evidentes en “Star Wars: El ascenso de Skywalker”, lo cual convierte a la experiencia en general en algo verdaderamente abrumador. Los primeros veinte minutos de la película se mueven a un ritmo extremadamente acelerado, confundiendo hasta al fanático más acérrimo, introduciendo nuevos conceptos y misiones y objetivos como si no hubiese un mañana. De hecho, se podría argumentar que todo el primer tercio de “Star Wars: El ascenso de Skywalker” es así, dependiendo mucho de artefactos que hay que encontrar, y personajes aparentemente importantes que nunca habíamos visto antes. Felizmente, para la mitad de la cinta Abrams se calma, entregándonos, por fin, algunos momentos tranquilos, muchos de ellos protagonizados por la General Leia de Carrie Fisher quien, contra todo pronóstico, es despedida de manera respetuosa y extremadamente emotiva. Y el clímax de la cinta, aunque previsiblemente bombástico, pasa de lo visualmente espectacular e intenso, a lo innegablemente emotivo. Conozco mucha gente que terminó llorando con “Star Wars: El ascenso de Skywalker”, y estoy seguro que no serán los últimos.
Se puede debatir por años sobre lo “necesaria” que haya podido ser esta nueva trilogía (o no), o sobre lo caótica y frenética que se puede sentir esta última entrega por momentos. Se puede escribir bastante sobre las incoherencias entre cada una de las tres películas, y sobre como, aparentemente, fue necesario traer de vuelta a Palpatine luego de que el villano principal fue asesinado —sin mayor pompa o circunstancia— en el Episodio 8. Pero al final del día, “Star Wars: El ascenso de Skywalker” es lo que tenemos, y es el desenlace que se le ha dado a la Saga. Considerando el trabajo poco envidiable que tenía Abrams, entonces, no puedo decir que haya hecho un terrible trabajo. ¿Pudo ser mejor el Episodio 9? Sí. ¿Depende demasiado de la nostalgia y las referencias a filmes previos? Así es. ¿Se siente como cinco películas en una, llena de giros repentinos y personajes que sobran? Definitivamente. Pero también es una cinta con secuencias de acción emocionantes, excelentes actuaciones, personajes memorables, y despedidas y momentos finales extremadamente emotivos. En pocas palabras: en una película que dividirá al público. Y a estas alturas del partido, a ningún fanático de “Star Wars” le debería sorprender eso.
Para terminar, les comparto, como siempre, mi ranking de las películas de “Star Wars” (luego de haber revaluado un poco a “Los últimos Jedi”):
- El Imperio Contraataca
- Una Nueva Esperanza
- La Venganza de los Sith
- Rogue One
- Han Solo
- Los Últimos Jedi
- El Despertar de la Fuerza
- El Retorno del Jedi
- El Ascenso de Skywalker
- El Ataque de los Clones
- La Amenaza Fantasma
Avance oficial:
- Mi calificación