La pasión de Javier
El que un cineasta haya realizado una película mala, no quiere decir que uno, ya sea como espectador o hasta como crítico de cine, deba descartarlo para siempre. Consideren, si no, el caso del director peruano Eduardo Guillot. Su primer largometraje, “Caiga quien caiga”, a pesar de tener como base un libro muy interesante de no ficción, y una de las figuras políticas más importantes (e infames) de nuestra historia, terminó siendo una completa decepción —una cinta más interesada en mostrar escenas de sexo gratuito, o caracterizar a sus personajes con pelucas de Halloween. El único que se salva es el gran Miguel Iza, quien posiblemente sería capaz de dar una gran actuación en un comercial de mayonesa.
El punto es que, considerando lo nefasta que fue aquella producción, muchos podrían pensar que el segundo largometraje de Guillot, “La pasión de Javier”, sería igual de fallida. Pues muchos estarían equivocados. Se nota, desde la primera escena, que Guillot le tiene mucha más pasión (heh) a la historia de Javier Heraud que a la de Vladimiro Montesinos (totalmente comprensible). Se trata, pues, de un largometraje que, a pesar de no ser totalmente redondo, logra contar una historia con eficacia, desarrollando a su personaje central de manera creíble, y recreando una época y lugar muy específicos de tal manera que uno no se fija (demasiado) en algunos de los detalles menos logrados. No pensé que terminaría escribiendo esto, pero al final del día, lo que me pasó con ambas producciones ligadas a Javier Heraud fue lo contrario a lo que inicialmente esperaba: el documental “El viaje de Javier Heraud” terminó decepcionándome, mientras que “La pasión de Javier” me sorprendió gratamente.
Stefano Tosso interpreta a Javier Heraud, un muchacho limeño de familia privilegiada en los años 50, que acaba de ingresar a la Universidad Católica junto a su mejor amigo (Gabriel Gonzáles). Pero mientras que su padre, Jorge (Lucho Cáceres) quiere que estudie derecho, a nuestro protagonista le apasiona más la poesía. Es así que se va interesando más en las actividades extracurriculares de la universidad, llegando incluso a imprimir su primer libro de poesía. Además, comienza una relación con Laura (Vania Accinelli), una chica con la que va a clases.
Pero mientras el mundo va cambiando, y Javier se va enterando de los eventos políticos en Rusia y la revolución en Cuba, el joven poeta se va dando cuenta que tiene que hacer algo fuera del salón de clases. Yendo en contra de los deseos de su padre, decide viajar a Europa —primero a Rusia y luego a Francia—, para perseguir sus sueños. Pero como la película entrelaza dichos eventos con sus futuras acciones en la selva boliviana junto a una banda de revolucionarios, uno va intuyendo cuál será el destino final de Javier y sus ideales.
Lo mejor de “La pasión de Javier” es que presenta a su protagonista de manera muy humana, ilustrando los cambios en sus ideales y sus ambiciones, sin llegar a juzgarlo. El filme está construido de tal manera que le permite al espectador decidir qué pensar sobre Javier Heraud —si es que lo que hizo estuvo bien, o si terminó desperdiciando su vida en una pelea innecesaria. Aquellos que ya conozcan la historia de Heraud sabrán cómo termina, pero el filme incluye suficientes detalles sobre su vida como estudiante, sus relaciones con su familia y amigos, y hasta sus actividades en el extranjero, como para que no se lleguen a impacientar. Y aquellos que no sepan mucho sobre el poeta, encontrarán una historia suficientemente intrigante sobre un joven idealista quien, posiblemente, no sabía tanto sobre el mundo como el creía. Ciertamente me dijo más sobre la vida de Heraud que el documental de Javier Corcuera.
La estructura del guión, además, ayuda a entender al personaje a través de contrastes. Vemos cómo era cuando estudiaba en la universidad —estaba más interesado en su poesía (y hasta en el cine; lo vemos ir a ver clásicos de Hitchcock como “Ventana indiscreta” o “Vértigo”) y en salir con Laura y sus amigos, que en sus estudios—, pero también vemos en lo que se convirtió años después: un hombre dispuesto a arriesgar su vida por lo que él creía era importante. Nuevamente; no es necesario estar de acuerdo con sus pensamientos para poder disfrutar la película. Ciertamente yo no lo estaba. Pero gracias a la manera en que Javier es construido como personaje, uno llega a entender, al menos, por qué hizo lo que hizo.
Desgraciadamente, el trabajo de Stefano Tosso no ayuda mucho a transmitir los temas en los que el guión y la dirección de Guillot están interesados. No es que dé una mala actuación; es particularmente efectivo en las escenas situadas en la selva, en donde lo vemos más cansado y preocupado por el bienestar de sus compañeros y la misión que tiene que llevar a cabo. Lamentablemente, es en las escenas más relativamente “sencillas” donde Tosso falla. La química con su “mejor amigo”, por ejemplo, es inexistente, y las escenas en donde se rebela contra su padre carecen de potencia o, al menos, de la intensidad adolescente que uno esperaría de un personaje de su edad. Incluso los momentos en los que recita poesía se sienten forzados; mientras que los personajes reaccionan a sus versos con emotividad y asombro, a mi me dejaron frío. Puede que la comparación resulte extraña, pero Tosso me recordó a Hayden Christensen en los Episodios II y III de “Star Wars”: un buen actor que simplemente no estuvo bien dirigido en su rol, o que incluso, no era el indicado para dicho papel.
El reparto secundario está mejor, al menos. Lucho Cáceres y la gran Sofía Rocha (Q.E.P.D.) están correctos como los padres de Javier; el primero es un hombre severo, quien considera que los sacrificios que hizo por su hijo no están siendo recompensados de la mejor manera, mientras que la segunda es una madre más cercana y cariñosa. Vania Accinelli desarrolla a Laura como una chica común y corriente —inteligente y alegre— que desgraciadamente no puede vivir al mismo ritmo que Javier; Fiorella Pennano y Patricia Barreto no tienen más que cameos glorificados (la segunda con las justas tiene un par de líneas de diálogo), y Sebastián Monteghirfo tiene el poco envidiable trabajo de interpretar a un joven Mario Vargas Llosa. Siendo justo, me distrajo mucho menos de lo que esperaba.
A nivel técnico y visual, “La pasión de Javier” es un producto mucho mejor logrado que “Caiga quien caiga”. La recreación de una Lima en los años cincuenta está bastante correcta, haciendo uso de varios carros antiguos, y de un atractivo diseño de vestuario, para transportar al espectador a dicha época. Sí, hay ciertos detalles que pudieron estar mejor cuidados —pude ver un par de edificios modernos en el fondo de algunos planos, y la marquesina de un cine en París muestra los títulos de películas modernas—, pero en general, el filme no se siente demasiado limitado por temas técnicos o de presupuesto. De hecho, a diferencia del esfuerzo previo de Guillot, acá no tenemos incontables tomas de drone, planos mal encuadrados o cortes repentinos. “La pasión de Javier” luce bastante bien, aprovechando al máximo locaciones como la selva peruana para generar una palpable atmósfera de tensión, o los lugares más “clásicos” de Lima, para adentrar al espectador en el mundo académico, literario, y luego revolucionario, de Javier Heraud. “La pasión de Javier” no carece de ambición, y aunque no cumple con todo lo que quiere hacer, tampoco se siente como una cinta hecha a medias.
Entré a ver “La pasión de Javier” con pocas expectativas, pero para mi grata sorpresa, salí bastante feliz de la sala de cine. Se trata de un drama bien hecho, el cual se nota fue bastante complicado de hacer; desde las recreación de una Lima de hace sesenta años, hasta las escenas en medio de la selva, y toda la secuencia situada en París, “La pasión de Javier” es un filme que hace lo posible por narrar la historia de Javier Heraud de manera detallada y fidedigna, haciendo que uno empatice con el protagonista, para que luego pueda reflexionar sobre sus ideales y acciones. Sí, la actuación de Stefano Tosso es irregular, y sí, la narración en off es innecesaria y hasta podría argumentarse que interrumpe el flujo de la narrativa, pero el producto final termina satisfaciendo, haciendo que uno borre a “Caiga quien caiga” de su mente. Espero que las siguientes propuestas de Eduardo Guillot se parezcan más a “La pasión de Javier” que a su película anterior; realmente se nota cuando un cineasta siente pasión por su trabajo (y cuando no).
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