Monos – 23 Festival de Cine de Lima
¿Qué pasa con un grupo de adolescentes si los dejas viviendo solos, en medio de la nada, con pocos recursos y muchas (demasiadas) armas de fuego? ¿Y qué sucede si, de cuando en cuando, los entrenas como si estuviesen en una escuela militar, preparándolos para matar y pelear por una ideología que no parecen entender del todo? Estas son algunas de las preguntas que Alejandro Landes se hace con “Monos”, una espectacular —y tensísima— exploración de la deshumanización de guerrilleros menores de edad, y parcialmente, una historia de supervivencia que demuestra la violencia que se vive en varios países latinoamericanos durante épocas de conflicto armado. Puede que los protagonistas de “Monos” sean niños, pero no se comportan como niños ni son considerados como tal —no obstante, el criarlos para la guerra ciertamente trae consigo algunas consecuencias.
“Monos” comienza en la cima de una montaña, aparentemente en medio de las nubes, con un grupo de ocho niños guerrilleros (Rambo, Patagrande, Bum Bum, Lady, Pitufo, Lobo, Perro y Sueca) siendo entrenados bajo la supervisión de un adulto a quien simplemente llaman Mensajero (Wilson Salazar). Resulta que trabajan para la Organización (a quien nunca vemos, fuera del Mensajero, quien actúa como su único representante), la cual los está entrenando para la guerra, y los deja, también, con dos misiones muy importantes: cuidar a una vaca lechera llamada Shakira, y asegurarse de que una prisionera de guerra, una doctora estadounidense llamada Sara Watson (Julianne Nicholson), no escape de su prisión.
Pero como se deben imaginar, todo se va al demonio rápidamente. El Mensajero regresa donde sus superiores, uno de los chicos (Perro) mata a la vaca de casualidad, y luego de un enfrentamiento con el enemigo (a quien nunca vemos de cerca, obviamente), los chicos se refugian en la selva, donde la Doctora tratará de escapar más de una vez. Además, Lobo decide que la Organización ya no los puede ayudar, razón por la que dispone independizar al grupo de sus jefes, imponiendo un orden autocrático que obligará a muchos de los miembros a sobrevivir, e incluso, a tratar de escapar, dándose cuenta que la situación que están viviendo no es necesariamente la mejor.
La primera parte de la película es la que se lleva a cabo en la “base” de los niños —al tope de una montaña, rodeada de nubes y en medio de la nada. Es ahí donde conocemos a los chicos, y nos damos cuenta que, a pesar de ser adolescentes relativamente comunes y corrientes, tienen algo distinto, salvaje incluso. Tratan de sacar a la luz sus más profundos deseos y, hasta cierto punto, rebelarse —toman alcohol, se besan entre ellos, juegan—, pero a la vez, saben que están siendo controlados por la Organización, tanto así que, si quieren emparejarse, tienen que pedirle permiso al Mensajero, quien califica a las relaciones amorosas (o sexuales) solo como “Sociedades”. La comparación es obvia, pero es como ver una nueva versión de “El Señor de las Moscas”, en la que un grupo de chicos tratan de sobrevivir, conociendo poco o nada sobre las reglas que una sociedad occidental tradicional les impondría.
Es esta sección la que nos prepara para lo que viene después: una serie de secuencias increíblemente tensas, llenas de violencia y suspenso, en la que vemos como el orden —relativo— que anteriormente se había mantenido, poco a poco se va desmoronando. La naturaleza es de suma importancia durante los primeros cuarenta minutos de metraje —el silencio, la soledad, la vegetación que invade la base a medio destruir—, pero lo es incluso más durante la segunda sección, en la que la selva es un personaje más de la película. Esto se hace evidente cada vez que un personaje se aleja del grupo —una excursión por parte de la Doctora Sara, por ejemplo, se siente como un extracto de una cinta de supervivencia, en la que la vemos nadando en un río, escapando de huaycos, y tratando de orientarse en la selva. Es increíblemente realista; el peligro es palpable, y los problemas que trae consigo la selva —la presencia de insectos, el calor, la humedad, los ruidos de animales salvajes cercanos— no podrían estar más presentes.
La dirección de Landes ciertamente ayuda. Utiliza muy bien los planos generales para generar una excelente atmósfera de tensión y soledad durante la primera parte, y aprovecha al máximo sus locaciones selváticas durante la segunda para hacerle sentir al espectador que se encuentra ahí con los chicos. Los primeros planos los reserva para las reacciones de sus actores —las miradas, el sudor en sus frentes—, pero también para mostrarnos detalles en la naturaleza —las hojas mojadas, el barro resbaladizo. “Monos” está impecablemente filmada, haciendo un gran uso de la luz natural y cámaras en mano para desarrollar una estética verosímil que le otorga una cualidad angustiosa, hasta sucia, a la película. Por su parte, la banda sonora —de Mica Levy—, minimalista, perturbadora, ayuda a transmitir la evidente deshumanización y sufrimiento de sus personajes.
Porque, al final del día, “Monos” es una película que nos muestra a un grupo de personajes que está tratando de encontrar su lugar en un mundo que los ha criado, desde pequeños —al menos según el Mensajero— como máquinas de matar, pero que pronto se quedarán sin situaciones para comportarse de forma violenta. Muchos de ellos han sido deshumanizados casi completamente, y por ende serían capaces de hacer de todo para sobrevivir (a pesar de ser menores de edad), pero otros están buscando formas para escapar —quieren buscar algo de cariño, algo de afecto, e involucrarse en situaciones en las que no tengan que enfrentarse a otros chicos o utilizar armas de fuego. Son niños que nunca tuvieron infancia, chicos que pelean porque así les dijeron, y no porque crean en algo en específico o sepan cuál es el enemigo. Es una historia profundamente triste, pero que representa una trágica realidad.
“Monos” es, hasta el momento, la mejor película que he visto en el 23 Festival de Cine de Lima hasta el momento. Se trata de un filme oscuro y chocante, impecablemente filmado y profundamente emotivo. No tiene a un solo protagonista evidente ni villanos absolutos —se concentra, más bien, en la experiencia de un grupo de personajes (los “Monos” del título) tanto en la soledad como en la implacable selva Amazónica, y no en un conflicto central tradicional. No obstante, no deja de ser una película absolutamente cautivadora, que evita los facilismos —hubiera podido concentrarse en la historia de la Doctora, por ejemplo, pero no lo hace— para desarrollar algo mucho más intrigante y real. Puede que “Monos” no sea una película que vayan a querer ver a cada rato, pero ciertamente es una que deberían ver, aunque sea, una vez en sus vidas. Y si es en la pantalla grande, mejor.
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