Las niñas bien – 23 Festival de Cine de Lima

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No todas las películas tienen que tener protagonistas con los que uno pueda empatizar, o que tenga que apoyar. De hecho, a veces resulta fascinante seguir la historia de un antihéroe o hasta un villano, de un personaje detestable que, sin embargo, tiene suficientes características redimibles —por más insignificantes que estas sean—, como para que no se convierta en una caricatura. Después de todo, es muy fácil demonizar a una persona racista, clasista, egocéntrica o sedienta de poder, pero es más complicado —y finalmente, más satisfactorio— otorgarle, aunque sea, una gotita de humanidad —de repente no para empatizar con ella, pero al menos para comprenderla.

Eso es lo que sucede, precisamente, con “Las niñas bien”, de Alejandra Márquez Abella. Se trata, pues, de una historia de privilegio y poder, en la que vemos a una familia extremadamente adinerada pasar por una de las peores crisis económicas en la historia de México. Somos testigos de cómo quieren seguir aparentando, de cómo simplemente se niegan a hacer algo por solucionar los problemas en los que se ven involucrados, y de cómo, poco a poco, la fachada se va desmoronando, haciendo que las demás personas se den cuenta de cómo son verdaderamente.

Todo lo vemos desde la perspectiva de Sofía (Ilse Salas), una madre de tres hijos que, en vez de trabajar —su esposo, Fernando (Flavio Medina), es quien se dedica a eso—, pasa la mayor parte de sus días yendo a un exclusivo club con sus amigas, organizando fiestas, e intercambiando chismes sobre la élite de Ciudad de México. Le importan más las apariencias, nuevamente, y fantasea constantemente con Julio Iglesias —a quien le hubiese encantado invitar a su cumpleaños—, por lo que ignora lo que está pasando en el resto del país. Ella vive en una burbuja, aislada, creyendo que la crisis es algo que le sucede a “los demás”…. hasta que, poco a poco, se va dando cuenta que su esposo le está escondiendo cosas, y que está tratando de sobrellevar todo con la ayuda del alcohol.

Tal y como el título de la película lo sugiere, Sofía es, efectivamente, una niña —es así como la trata su ama de llaves (luego de su cumpleaños, la acuesta, borracha, y hasta le da un besito de buenas noches) , y es así como se comporta cuando se reúne con sus superficiales amigas. Solo hablan de otras personas, de las compras que hacen cuando viajan, o de las fiestas que piensan organizar —en pocas palabras, se comportan como si todavía siguiesen en la secundaria, muy preocupadas por el chisme, sin ningún interés en el trabajo o la realidad nacional. El espectador se va enterando de la crisis a través de reportajes televisivos que están siempre en el fondo, a bajo volumen, ignorados por Sofía y las demás. Recién es al final que nuestra protagonista comienza a prestar un poco de atención a sus alrededores, pero puede que sea ya demasiado tarde.

Su mundo también se ve alterado, además, por la llegada de Ana Paula (Paulina Gaitán) y su adinerado esposo. La discriminan por ser una “nueva rica”, y por vestirse de manera colorida. Si Sofía no es transformada en un monstruo, es porque trata con respeto a la gente que trabaja con ella, al menos, pero su clasismo se pone en evidencia cada vez que interactúa con Ana Paula —la considera como alguien inferior, que no viene de “buena familia”, y que por ende no merece pertenecer a su círculo social. Pero como ella le dice, al final del día, “todas las chicas quieren ser princesas” (incluso las que no nacen en una cuna de oro), así que, ¿por qué ella no? A Sofía no le queda más que aceptar su presencia, un constante recordatorio de todo lo que ella solía tener, y que ahora le pertenece a alguien a quien envidia a sobremanera.

Ilse Salas interpreta a Sofía como una niña engreída, como alguien que vive de lo que la gente percibe de ella, y que prefiere ir de compras o pasar por el salón de belleza, que enfrentar sus problemas, ya sean económicos o maritales. Sí, es casi un arquetipo de mujer mantenida, pero Salas le otorga suficiente humanidad —frustración, envidia, y una sensación de que está llena de sueños sin cumplir— como para que no se transforme en un cliché andante. Como su esposo, Fernando —igualito a Pablo Escobar—, Flavio Medina es inseguro y frágil; tan infantil como su esposa —se pone a jugar con un carrito a control remoto cada vez que se emborracha—, pero incluso más irresponsable. Y como Ana Paula, Paulina Gaitán es casi un símbolo de lo que Sofía está perdiendo —es una mujer que disfruta de la vida y sus riquezas, y que a diferencia de nuestra protagonista, sabe lo hipócritas que son las personas de su nuevo círculo social. Interactuar con ellas, sin embargo, no es más que un sacrificio necesario para, nuevamente, poder “vivir como una princesa”.

La dirección de Alejandra Márquez Abella le otorga un estilo muy propio a “Las niñas bien”. Presenta muchas escenas fuera de orden cronológico, favoreciendo la sensación que pueden dar las mismas, o una acumulación gradual de emociones que culmina en momentos verdaderamente memorables —consideren, si no, la escena de la fiesta infantil, presentada, aparentemente, de manera fragmentada, pero siempre desde la perspectiva de Sofía. En otras ocasiones, además, utiliza su cámara para hacer que el espectador se sienta como parte del momento. En una escena de conversación en el club, gira la cámara alrededor de las mujeres mientras cuentan sus chismes, pero la detiene en Sofía cuando menciona, brevemente, la crisis económica. Esto sirve para denotar lo mareante y redundante que puede ser la vida de estos personajes, con breves momentos de respiro, o de consciencia sobre lo que pasa afuera de sus respectivas burbujas. Es algo estilizado, sí, pero funciona muy bien.

“Las niñas bien” es un sólido drama que tiene mucho qué decir sobre las vidas absolutamente absurdas que pueden llegar a vivir algunas personas extremadamente privilegiadas. Nos muestra su falta de consciencia sobre lo que le pasa al resto de la sociedad, y la manera en que recurren a las compras, los viajes, la comida y el chisme para escapar, al menos de manera momentánea, de sus agotadores problemas. Desgraciadamente, se trata de una realidad que no es exclusiva a México, ni a la década de 1980 —estoy seguro que muchos, al igual que yo, reconocerán situaciones y hasta personajes que han visto en la vida real. “Las niñas bien” es una historia sobre adultos que, a pesar de tener enormes responsabilidades y manejar grandes cantidades de dinero, todavía se comportan como niños —mimados, envidiosos, y completamente ensimismados. El título, por ende, no podría ser más apropiado.

 

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