Miriam miente – 23 Festival de Cine de Lima

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Una de las experiencias más fascinantes que uno puede tener a la hora de ver una película latinoamericana, es la de reconocimiento. Es decir, cuando uno ve un filme producido en un país ajeno al propio, y llega a reconocer elementos que uno también observa —o vive— en su propia sociedad. Después de todo, el Perú tiene muchas cosas en común con otros países de Latinoamérica —costumbres, problemas, y hasta expresiones similares. Puede que ciertos aspectos de esta sociedades nos dividan —como el idioma, la religión o hasta la política—, pero existen varios otros que nos unen, ya sea de manera positiva o negativa.

Y eso es precisamente lo que me pasó cuando fui a ver “Miriam miente” en el marco del 23 Festival de Cine de Lima. Se trata, pues, de una película de la República Dominicana que tiene mucho qué criticar de una sociedad extremadamente sexista, clasista y racista, la cual favorece ciertos “estilos” de belleza y comportamiento, por más ajenos que puedan lucir, por sobre otros. Y es ahí donde entra a tallar la experiencia del reconocimiento: en dicha crítica, tan dura pero tan bien hecha, uno, como peruano, puede llegar a reconocer diversos comportamientos —machistas, racistas, clasistas— que se observan prácticamente todos los días en nuestra Lima, y de seguro, también en el resto del país. Es una pena que sean los diversos tipos de discriminación lo que nos une con República Dominicana, en este caso.

La protagonista del título (interpretada por Dulce Rodríguez) es una adolescente “mulata” (de padre negro y madre blanca), de familia relativamente pudiente, que está a punto de celebrar su fiesta tradicional de quinceañero junto con su mejor amiga, Jennifer (Carolina Rohana). Sin embargo, para eso, necesita de un compañero de baile, y cree haberlo encontrado en un chico llamado Jean Louis, a quien conoció a través de la Internet. Pero cuando decide ir al mall a conocerlo, se da con la sorpresa de que es negro, lo cual hace que sea prácticamente imposible presentárselo a su madre (Pachi Méndez). Es así que, como el título lo sugiere, Miriam comienza a mentir, lo cual irá complicando cada vez más las cosas mientras la fecha de la fiesta se va acercando y su susodicho compañero de baile simplemente no aparece.

“Miriam miente” es tanto una exploración de los problemas que trae consigo la adolescencia y la presión que se le impone a gente que recién está comenzando a madurar, como una crítica de una sociedad presumida y complicada. En relación a lo primero, Miriam es un personaje fascinante, una chica tímida que, a pesar de tener una mejor amiga con la que tiene mucha confianza, de todas maneras parece sentirse algo separada del resto. Después de todo, es una chica morena en un mundo de blancos, donde la mayoría de gente parece ser racista con todos, excepto ella. Sin embargo, si uno comienza a analizar ciertos detalles, puede detectar microcomportamientos que hacen, precisamente, que Miriam se sienta como alguien distinto —consideren, si no, la manera en que sus amigas tocan y hablan sobre su cabello, o el hecho de que su madre la obliga a planchar su pelo naturalmente enrulado para que se vea “más bonito”.

Es así que el espectador ve como la sociedad impone ciertos códigos de belleza puramente occidentales, los cuales no tendrían que funcionar con todo el mundo. Hasta cierto punto, Miriam es una chica negra a quien tratan de blanquear, únicamente porque la mayor parte de gente que la rodea no luce como ella. Adicionalmente, resulta interesante, también, ver sus reacciones ante las diferencias —económicas, sociales— entre ella misma, y otras personas morenas en la ciudad. Su madre tiene algo de dinero y le va a hacer una fiesta a lo grande, pero cuando se encuentra con otras personas negras, siempre son empleados, muchas veces menospreciados o maltratados —consideren, si no, la escena en la que Miriam va a ensayar para el baile sin Jean Louis, y su madre se opone a que practique con un chico negro (un empleado de la casa), porque no quiere “mezclar a la servidumbre con las chicas”. Es una situación absurda, pero lamentablemente, muy creíble.

Es así, pues, que pasamos a lo segundo —de hecho, se puede argumentar que “Miriam miente” funciona muy bien precisamente porque entrelaza de manera muy elegante sus dos temas principales, haciendo que tanto la crítica hacia la sociedad pudiente de la República Dominicana como la exploración de la adolescencia de Miriam sean parte importante del ADN del filme, dependientes el uno del otro a nivel narrativo. Miriam sufre no solo porque tiene las hormonas revoloteadas —recién está comenzando a usar maquillaje, a ponerse vestidos y a fijarse en chicos—, si no también porque tiene una madre extremadamente difícil, alguien muy racista y clasista, que siempre está aspirando a ser cualquier cosa menos lo que ella y su hija son.

Dulce Rodríguez está muy bien como Miriam, desarrollándola como una chica observadora, de expresiones sutiles y miradas punzantes. Se podría argumentar que es una protagonista pasiva, alguien que reacciona en vez de actuar por su propia iniciativa, pero creo que ese es el punto —es una chica atrapada en una sociedad que ni siquiera está interesada en comprenderla, ya que se ve limitada por tradiciones que emocionan mucho a su madre —en un momento menciona que quiere darle el quinceañero que “ella nunca tuvo”—, pero muy poco a ella. Como Jennifer, Carolina Rohana está igual de correcta —dan a entender que el personaje también tiene problemas propios, por más que no se comparen a los de Miriam—, y Pachy Méndez interpreta a Tere, la madre de nuestra protagonista, como una arquetípica mujer elitista de clase media-alta, completamente racista y clasista, siempre pensando en los estándares estéticos y de belleza del extranjero, y no tanto en lo que tiene frente a sus ojos.

Es cierto que el desenlace de “Miriam miente” es un poco repentino y hasta decepcionante —quedan varios cabos sueltos, y como uno termina empatizando tanto con Miriam, se queda con las ganas de saber qué va a pasar luego—, pero fuera de eso, no le encuentro demasiados problemas a la película. Se trata de una producción bien actuada, sólidamente dirigida —los cineastas Natalia Cabral y Oriol Estrada se aseguran de mostrarnos casi todo desde la perspectiva de Miriam—, y muy crítica de una sociedad que, desafortunadamente, no se diferencia demasiado de la nuestra. “Miriam miente” es un drama complejo y bien realizado, y de las propuestas más sólidas que he visto hasta el momento en el 23 Festival de Cine de Lima.

 

Avance oficial:

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