Roma
Alfonso Cuarón ha sido uno de mis directores favoritos por mucho tiempo. Desde sus dramas adolescentes como la genial “Y tu mamá también”, hasta sus propuestas Hollywoodenses, como la mejor entrega de la saga de “Harry Potter” (“El Prisionero de Azkaban”) o la tensísima “Gravedad”, todo filme de Cuarón ha logrado generar una fuerte reacción emocional e intelectual en mi. Se trata de un cineasta experto a la hora de desarrollar historias dramáticamente potentes, en donde sus personajes son puestos en situaciones de peligro, las cuales ponen en evidencia sus distintas vulnerabilidades. Todos los personajes de Cuarón son inevitablemente humanos, por más que estén pasando por situaciones extremas que la mayoría de personas jamás llegarán a experimentar.
Para “Roma”, no obstante, Cuarón ha regresado a sus raíces. Se trata de su primera película en castellano en mucho tiempo, un filme basado en su propia vida, en experiencias que tuvo cuando vivía en México, y en un contexto sociopolítico muy específico de los años 70, que todavía tiene repercusiones en la sociedad mexicana —y hasta en la latinoamericana— hoy en día. “Roma” es una de las mejores películas comerciales —si es que no la mejor— que he tenido la oportunidad de ver en el cine este año. Sí, en el cine —tuve la suerte de poder asistir a una de las pocas funciones en pantalla grande que ha tenido la cinta en nuestro país, y agradezco de sobremanera la experiencia. Sin embargo, no me tomen a mal; si solo pueden ver “Roma” en Netflix, igual háganlo. No será la misma experiencia que verla de manera más tradicional, pero dudo que vaya a perder mucha de su potencia narrativa. A menos, claro, que la vean en un smartphone, pero eso ya sería más un crimen que otra cosa.
“Roma” se lleva a cabo en el barrio de México D.F. de dicho nombre a principios de la década de 1970. Nuestra protagonista es Cleo (Yalitza Aparicio), una de dos empleadas domésticas que trabajan para una familia de clase media: la Sra. Sofía (Marina de Tavira), el Sr. Antonio (Fernando Grediaga), un médico que viaja con frecuencia por trabajo, y sus cuatro hijos. La primera mitad de la película está dedicada a la exploración del día a día de Cleo en el trabajo —cómo se mueve por la casa, cómo limpia, cómo se relaciona con los niños, y hasta cierto punto, cómo es más madre para ellos que su propia progenitora. Se trata de una sección de ritmo lento, casi letárgico, pero que gracias a diversos elementos con los que (casi) cualquier latinoamericano se puede identificar, logra atrapar al espectador, metiéndolo en este mundo, para luego ser sacudido de más de una manera.
Porque es durante la segunda mitad de “Roma” que Cuarón comienza a introducir elementos narrativos un poco más tradicionales, metiendo tanto a Cleo como al resto de la familia en problemas. Si los contrastes sociales entre ella y el resto de habitantes de la casa eran ya bastante evidentes durante la primera hora de película, uno llegar a ver las consecuencias de los mismos durante la segunda —Cuarón tiene mucho qué decir sobre la relación entre gente pobre y gente adinerada en México, y cómo, a pesar de que muchas de estas nanas terminan criando a los niños con los que trabajan, no siempre son consideradas como parte importante de la familia, o siquiera de manera tan humana como uno esperaría.
Hay, incluso, una diferencia de perspectiva entre los padres y los hijos. Consideren, si no, la escena en que la familia entera ve televisión en la sala de la casa —Cleo los acompaña, uno de los hijos la abraza, incluso, y por un momento se siente incluida… hasta que la Sra. Sofía le pide que traiga algo de la cocina. Es una situación con la que muchos latinoamericanos nos podemos sentir identificados; a pesar de que las empleadas muchas veces tienen relaciones más cercanas con los niños que la propia madre, igual son consideradas más como trabajadoras que verdaderas figuras maternas. Este contraste entre los niños que cuida pero que no son suyos, y un potencial hijo propio que, por varias razones, se siente más lejano, se ve evidenciado de manera magistral durante la segunda mitad de “Roma”.
El reparto consiste de actores no profesionales, y de figuras de la televisión mexicana que no conocemos mucho acá en el Perú. Todos hacen un buen trabajo, pero quien verdaderamente resalta, lógicamente, es Yalitza Aparicio. Le otorga tal humanidad, tal realismo a su interpretación, que realmente cuesta mucho trabajo el creer que se trata de su primera película. Cleo es el corazón latiente de “Roma”, una chica común y corriente que vive en un contexto extremadamente común en países de toda Latinoamérica. Para muchos, puede que nada de lo que vive se sienta particularmente extraordinario —fuera de su breve participación en una sanguinaria protesta—, pero es precisamente en esa cotidianidad donde radica la potencia de la película, y la genialidad del trabajo de Aparicio. Se trata, pues, de una de las actuaciones centrales más poderosas que haya visto este año; espero llegue a recibir el debido reconocimiento, tanto en su natal México, como en el extranjero.
Quien también se luce, como deben imaginarse, es el mismísimo Cuarón. “Roma” es la primera película en donde, aparte de dirigir, se encarga de la dirección de fotografía, y el resultado es un largometraje bellísimo. La cinematografía en blanco y negro le otorga cierta atemporalidad a la historia, convirtiendo al México D.F. de “Roma” en un lugar casi perdido en el tiempo, pero inmediatamente reconocible. El uso de los planos secuencia, además, es magistral; no llaman demasiado la atención a sí mismos, y ayudan a potenciar la narrativa, haciendo que uno se concentre en los movimientos de los personajes dentro del encuadre.
No obstante, debo admitir que hay dos planos en particular que me dejaron con la boca abierta, preguntándome: “¿cómo lo hicieron?” El primero es un giro de casi 360 grados que se repite varias veces en el interior de la casa donde Cleo trabaja, el cual ayuda a identificar la geografía del lugar, y denota el tedio que se vive en el día a día —dichas escenas manejan un timing impecable, convirtiendo a los movimientos de Cleo en un cuasi ballet de actividades cotidianas. Y el segundo es un traveling lateral en una playa, que comienza en la orilla, para luego meterse en el mar. No es, solamente, uno de los momentos más emotivos de la película, si no también un ejercicio magistral de técnica audiovisual. Me encantaría ver algún making-of para saber exactamente cómo fue que lograron hacer dicho plano.
“Roma” no es solamente una de las películas más espectaculares a nivel técnico que jamás haya visto; también es una historia increíblemente emotiva, la cual transmite de manera casi perfecta las diferencias sociales tan presentes en lugares como México, las cuales siguen ocurriendo hoy en día, tanto en dicho país, como en otras naciones de Latinoamérica. Se trata, pues, de un filme innegablemente potente, protagonizado por una espectacular Yalitza Aparicio, quien demuestra tener la capacidad de transmitir muchísimas emociones sin tener que decir demasiadas palabras, y dirigida —y fotografiada— por un Alfonso Cuarón capaz de contar una historia personal de manera visualmente impresionante. “Roma” es de las mejores películas que he podido ver en el cine este año. Incluso si no lograron verla en la pantalla grande, vale la pena que lo hagan a través de Netflix; es una experiencia simplemente imperdible.
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