Christopher Robin
Yo era un gran fanático de Winnie the Pooh cuando tenía cinco años, aproximadamente. De hecho, recuerdo que fue EL primer personaje con el que verdaderamente me encariñé, tanto así que le rogaba a mis papás que me compraran los VHS de la serie animada de Disney, para verlos una y otra vez. Había algo en estos personajes y el bosque de los cien acres que capturaba mi imaginación; la personalidad adorable de Pooh, y de Kanga y de Roo, el cinismo de Igor, o el hecho de que, hasta cierto punto, uno podía identificarse con Christopher Robin, un niño común y corriente con amigos muy especiales.
Evidentemente, con los años dejé de consumir cualquier cosa relacionada a Pooh, pero mis recuerdos siempre se mantuvieron vivos, atrás, en mi mente, como algo muy preciado de mi infancia. Es por todo esto que, cuando me enteré que Disney haría una versión de acción en vivo de las historia de Pooh, esta vez con un Christopher Robin adulto, no podría evitar sentirme emocionado. Obviamente se debe mucho al factor nostalgia, pero también al hecho de que, de cuando en cuando, es agradable ver algo un poco más inocente, un poco más entretenido no de la manera tan espectacular en que lo hacen las cintas de “Star Wars” o de Marvel, si no de forma bastante más… sencilla.
Y aunque no me atrevería a decir que “Christopher Robin” es tan inocente como esperaba que fuese (ya llegaremos a eso), definitivamente se trata de una experiencia entretenida y dulce. Al igual que la miel a la que tanto le gusta Pooh, el filme nunca llega a empalagar; es suficientemente cursi y suficientemente graciosa, y hace suficientes referencias tanto a la animación de Disney como las historias originales de A.A. Milne, como para entretener tanto a los adultos que crecieron con estos personajes, como a sus hijos, quienes recién podrían estar comenzando a conocerlos.
Ewan McGregor interpreta a Christopher Robin, un hombre ya de más de cuarenta años que, después de haber peleado en la Segunda Guerra Mundial y haber sobrevivido sin heridas (físicas), trabaja en una empresa de maletas de viaje y vive con su esposa, Evelyn (Hayley Atwell) y su hija, Madeleine (Bronte Carmichael). Desgraciadamente, no es el mejor padre ni el mejor esposo; casi no las ve, ya que trabajado muy duro para su jefe, el flojo y desconsiderado Giles Winslow (Mark Gatiss).
De hecho, Christopher les había prometido a su esposa e hija pasar con ellas el fin de semana en la cabaña de campo de su infancia, pero tendrá que fallarles; tiene que quedarse en la ciudad (Londres) para salvar el estado financiero de la empresa. Pero es precisamente en esta soledad que se reencontrará con su viejo amigo, Winnie the Pooh (voz de Jim Cummings). Este le explica que ha perdido a todos sus amigos: Igor (voz de Brad Garrett), Tigger (Cummings, nuevamente), Piglet (voz de Nick Mohammed), Conejo (voz de Peter Capaldi), Kanga (voz de Sohpie Okonedo), Roo (voz de Sara Sheen) y Búho (voz de Toby Jones). Y aunque inicialmente Christopher se rehúsa a ayudarlo (e incluso a creer que existe todavía), eventualmente acompañará al oso al bosque de los cien acres, y a una nueva aventura.
El tema principal de “Christopher Robin” está tratado con poca sutileza, pero sin embargo funciona dentro de la narrativa: uno nunca debe dejar de ser un niño, ni dejar de priorizar a las cosas y a la gente que verdaderamente ama. Christopher comienza la película como una persona cínica, oscura, incapaz de reír, adicta al trabajo y, aparentemente, poco interesado en Evelyn y Madeleine. La incomodidad es palpable en sus interacciones; le lee un libro extremadamente aburrido a su hija antes de dormir, y parece incapaz de tener intimidad o de demostrarle cariño a su esposa. Se trata de una interpretación inesperadamente oscura —y deprimente realista— del personaje, pero funciona para efectos de esta trama en específico.
Es cuando Pooh regresa a su vida que, poco a poco, Christopher se va dando cuenta que ser alegre, que jugar un poco, no está del todo mal, por más que ya sea un adulto. Es impresionante la manera en que la película lo obliga a uno a sentirse casi culpable por haber crecido. El tono melancólico, definitivamente ayuda a esto; es casi imposible no sentir algo de melancolía por los tiempos más sencillos, por la infancia ya perdida, casi olvidada, y por aquellas tardes de verano en que lo mejor era no hacer nada, y pensar en un futuro que, uno creía, iba a ser igual de flojo, igual de divertido. Realmente no esperaba sentir ninguna de estas emociones con una película sobre Winnie the Pooh, pero eso fue precisamente lo que pasó.
Ewan McGregor interpreta a Christopher como un hombre con heridas de guerra emocionales, como alguien que no regresó de aquella experiencia siendo la misma persona, y cuyo optimismo y esperanza es devuelto, gradualmente, por su inocente amigo. Convence tanto en las escenas más deprimentes como en las más optimistas, e interactúa con los personajes digitales de manera extremadamente natural. La encantadora Hayley Atwell es perfecta como Evelyn —aunque el rol del personaje es bastante gratuito— y Bronte Carmichael interpreta a la joven Madeleine como una niña de ciudad, obligada siempre a estudiar y no jugar, pero que, muy adentro, todavía tiene un espíritu alegre, libre.
Las voces de los animales del bosque de los cien acres son, a falta de un mejor adjetivo, perfectas. Jim Cummings es absolutamente adorable como Pooh; suena como un viejito frágil, encantador, inocente, siempre capaz de decir algo extremadamente profundo y reflexivo a través de frases aparentemente incoherentes o absurdas. El Igor de Brad Garrett es sombríamente hilarante, el Piglet de Nick Mohammed es tan nervioso como lo recordaba, y el Tigger de Cummings es apropiadamente hiperactivo y saltarín. El resto de animales no resaltan demasiado; incluso, algunos de ellos ni siquiera tienen un rol importante en la trama. Pero todos están perfectamente caracterizados, tal y como uno los recordaba de las historias de la infancia.
Visualmente, el director Marc Forster tomó algunas decisiones interesantes. Utiliza mucho la iluminación cálida, de atardecer, en las escenas más melancólicas, y planos macro, con mucho desenfoque, como para darle una cualidad estilo Terrence Malick a ciertas escenas (sí, yo tampoco me lo esperaba). El bosque de los cien acres aparece, en un inicio, como un lugar lúgubre, lleno de niebla y oscuridad, pero mientras Christopher va recuperando la esperanza y alegría, el bosque, también, se va convirtiendo en un lugar más feliz. Los efectos digitales utilizados para crear a los animales son simplemente sublimes; uno realmente cree, desde un principio, que están ahí, en pantalla, compartiendo el mismo espacio que los actores de carne y hueso. Y a nivel sonoro, agradecí el que utilice el tema clásico de Pooh en los momentos más precisos.
“Christopher Robin” es una película curiosa. Sí, tiene suficiente humor y secuencias de persecución como para distraer a los más pequeños de la casa, pero los adultos apreciarán a sobremanera los temas más serios de la historia; el filme tiene mucho qué decir sobre lo que uno deja de lado a la hora de crecer, y de cómo la obsesión con el trabajo y con el éxito, puedo llevarlo a uno a perder su lado más inocente, más divertido, y a abandonar a sus seres queridos.
Sí, la paleta de colores está muy desaturada; sí, no me esperaba sentir tanta melancolía con una película de Winnie the Pooh, y sí, el discurso final es increíblemente cursi y hasta innecesario, pero no puedo negar el que la cinta me haya afectado emocionalmente, por muy previsible que haya terminado siendo. “Christopher Robin” es una efectiva película familiar, naive y entretenida, la cual debería servir para introducir a estos entrañables personajes a aquellos que, desgraciadamente, todavía no los hayan conocido.
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