Wiñaypacha

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“Wiñaypacha” es de las cintas peruanas más impactantes que haya visto en un buen tiempo, un filme que maneja un estilo visual y una estética muy precisas que sirven no solo para desarrollar una atmósfera palpable, si no también para trabajar al servicio de la trama. El joven director-guionista Óscar Catacora ha hecho la película que ha querido, sin tomar en cuenta su potencial comercial (o falta del mismo), y dicha actitud ha resultado en un filme honesto, emotivo, visualmente espectacular y diferente a cualquier otra producción nacional de años recientes.

“Wiñaypacha” nos cuenta la historia de Phaxsi (Rosa Nina) y Willka (Vicente Catacora), una pareja de ancianos de más de 80 años que viven abandonados en un lugar remoto de los Andes del Perú, a más de cinco mil metros de altura. Enfrentan la miseria y el inclemente paso del tiempo, rogando a sus dioses para que por fin llegue su único hijo, quien se fue años atrás a vivir a la ciudad, a rescatarlos. Desgraciadamente, parece que sus ruegos no serán cumplidos, razón por la que nos les quedará más remedio que tratar de sobrevivir juntos, por más obstáculos que puedan presentarse en su camino.

Se trata, pues, de un filme que se toma su tiempo, una historia de ritmo pausado que, sin embargo, jamás utiliza recursos audiovisuales de manera gratuita. Todo lo contrario; el ritmo lento, junto con los planos prácticamente estáticos y, en su mayoría, abiertos, transmiten una sensación de placidez, de admiración por la naturaleza y, específicamente, de que uno está viviendo la vida de estos ancianos junto con ellos. La cinta, podría decirse, se mueve al mismo ritmo que sus protagonistas, sin mayor apuro a menos que alguna trágica circunstancia así lo requiera. “Wiñaypacha” resulta hipnotizante porque introduce al espectador en este mundo; se trata, pues, de una experiencia inesperadamente —pero satisfactoriamente— inmersiva.

Cabe destacar, también, las locaciones que fueron utilizadas para el rodaje. “Wiñaypacha” fue filmada a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar, en lugares tan inhóspitos, fríos y a tan altura, que hicieron que muchos miembros del equipo de rodaje caigan enfermos. El resultado final lo valió, no obstante; “Wiñaypacha” jamás se siente como una historia simulada, si no más bien como un largometraje de ficción que tiene mucho de realidad, en donde ninguna actitud, acción o problema se siente como el artífice de un guionista, si no más bien como una precisa representación de lo que gente como nuestros protagonistas vive día tras día.

De hecho, “Wiñaypacha”, la primera película totalmente hablada en aymara producida en el Perú, hace un gran trabajo homenajeando la cultura aymara, mostrando a sus protagonistas siendo parte de tradiciones culturales vivas que pocas veces se han visto representadas en la pantalla grande. Quienes sepan poco o nada —como su servidor— sobre estas costumbres, conocerán un poco más sobre nuestro país, sobre nuestra cultura, y quienes las practiquen, espero se sientan representados por los protagonistas de la cinta.

Cabe destacar, también, la dirección de fotografía del mismo Óscar Catacora, quien aprovecha al máximo la luz natural para presentar de manera cruda, realista, pero frecuentemente bella, los paisajes de la sierra que muchos habitantes de la costa jamás han tenido la oportunidad de visitar en persona. Las montañas —algunas, a lo lejos, cubiertas de nieve—, las cascadas, los campos, las piedras; cada encuadre de “Wiñaypacha” está bellísimamente compuesto, lo cual crea un interesante —y efectivo— contraste con algunas de las duras situaciones en las que Phaxsi y Willka se ven involucrados. El lugar en el que viven es un personaje más —la pequeña casa de piedra, los techos de paja, las ovejas que cuidan, la llama —y el perrito— que tienen de mascota… todo sirve para darle carácter al filme, para desarrollar una atmósfera potentísima que le permite a uno involucrarse en la historia, relacionarse con los personajes.

Resulta fascinante, también, la manera en que Catacora va desarrollando la tensión poco a poco. Deja pistas, aquí y allá, para dar a entender que algo malo va a pasar eventualmente —lo cual, siendo honestos, convierte a la historia, hasta cierto punto, en un ejercicio de previsibilidad—, y cuando eventualmente sucede, luego de haber visto a ambos ancianos en su día a día, trabajando y cantando y tocando música y comiendo y fastidiándose entre ellos, uno no puede evitar sentirse afectado. La emotividad es un factor fuerte en “Wiñaypacha”; el filme tiene mucho qué decir sobre el sufrimiento que podría experimentar una pareja mayor si es que es abandonada, si es que no tiene a nadie con quién apoyarse, ya sea de la familia o de amigos o incluso de un gobierno que, claramente, ni siquiera sabe que existe.

El subtexto que conlleva el guión de Catacora está muy relacionado a la interculturalidad, a la alienación que se puede experimentar un joven de ascendencia aymara cuando decide irse a vivir en la gran ciudad. Phaxsi y Willka son tradicionales; se han quedado con sus propias costumbres y no piensan cambiar. Su hijo —quien nunca aparece en pantalla— decidió dejar todo de lado (incluyendo a sus padres) e irse para nunca regresar, por más de que Phaxsi tenga la esperanza, todavía, de volverlo a ver. Se trata de un tema que pudo haber sido desarrollado —y representado— a mayor profundidad, pero que está escondido en el subtexto si es que uno quiere encontrarlo.

Rosa Nina y Vicente Catacora no son actores profesionales, pero hacen un excelente trabajo en “Wiñaypacha”. Se nota a leguas que uno de los objetivos principales de la producción era transmitir verosimilitud, honestidad, y es a través de Nina y Catacora que lo logran. No toma mucho tiempo el acostumbrarse al ritmo del filme, a su carácter introspectivo, y tampoco demora uno en realmente creer que Willka y Phaxsi son personas de verdad. Uno se siente como una “mosca en la pared” al ver “Wiñaypacha”; como si nos hubieran dado la oportunidad de ver una porción de la vida de estos dos ancianos, sin poder hacer nada para ayudarlos cuando entran en desgracia.

Felizmente, “Wiñaypacha” nunca se convierte en un ejercicio de miserabilidad. Las escenas de tragedia son filmadas a cierta distancia, muchas veces con planos cenitales e iluminación claroscura para resaltar la seriedad de los eventos, pero también para contribuir a esa sensación de que uno está siendo parte de esto, pero que no puede hacer nada al respecto. “Wiñaypacha” logra tocarle el corazón al espectador sin hacerlo sufrir, logra ser extremadamente emotiva —tierna por momentos, innegablemente triste en otros— sin tornarse en un melodrama exagerado. Es un balance delicado que, afortunadamente, Catacora logra mantener la mayor parte del tiempo.

“Wiñaypacha” es, sin lugar a dudas, un filme único, una historia que solo pudo haber sido narrada de esta manera, con estos actores, en este idioma. Catacora tenía algo que contar, y lo ha contado de manera más realista y personal posible. No se trata, necesariamente, de un filme perfecto —muchas de las tragedias por las que pasan nuestros protagonistas son avisadas con mucha anticipación y de manera muy obvia, lo cual hace que el desenlace sea previsible—, pero sí de una película de sentimientos honestos, visualmente hermosa e impecablemente actuada y dirigida. Olvídense de clasificaciones como “comercial”, “no comercial” o “independiente”; “Wiñaypacha” es, simplemente, una notable historia que vale la pena ver en el cine, punto. Y por lo bien que le ha estado yendo en la taquilla, parece que no soy el único en tener esta opinión.

Avance oficial:

90%
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