El sacrificio del ciervo sagrado
“El sacrificio del ciervo sagrado”, lo nuevo del director Yorgos Lathimos (“The Lobster”) no es un estreno típico para nuestra cartelera local. De hecho, es el tipo de película que apunta a un público muy limitado: aquellos que estén dispuestos a ver una historia profundamente metafórica, la cual NO maneja una narrativa clásica o aristotélica. De hecho, si uno considera que los personajes que habitan “El sacrificio del ciervo sagrado” NO son seres humanos comunes y corrientes, si no más bien, representaciones simbólicas de los conceptos manejados por el filme, resulta más fácil disfrutarlo. Si no, dudo que la vayan a pasar bien viéndolo.
Ahora bien, es cierto que “El sacrificio del ciervo sagrado” resulta más digerible y accesible que “madre!”, la cinta que estrenó Darren Aronofsky el año pasado. Después de todo, nunca llega a ser tan confusa como dicha película; explica bastante más a través de los diálogos y de las acciones de sus personajes, y uno nunca llega a sentir que se trata de un producto diseñado para alimentar el ego de su creador. Si uno presta atención, resulta sencillo entender cuál es el mensaje de la película, así como la gran metáfora que desarrolla Lathimos. De ahí a que les guste la MANERA en que ha presentado sus ideas, es otra cosa.
El protagonista de “El sacrificio del ciervo sagrado” es el Dr. Steven Murphy (Colin Farrell), un neurocirujano exitoso que, a primera vista, parece ser una persona común y corriente. Después de todo, tiene una esposa hermosa e igual de exitosa, la Dra. Anna (Nicole Kidman), y dos hijos, Kim (Raffey Kassidy), de 15 años, y Bob (Sunny Suljic), de 12 años. Pero no todo es lo que parece. Steven tiene gustos muy particulares en la cama —le pide a su esposa desnuda que actúe como si estuviera bajo los efectos de la anestesia general—, y por razones que se van develando poco a poco, tiene reuniones frecuentes con el joven Martin (Barry Keoghan), cuyo padre falleció unos años antes en la sala de operaciones de Steven.
La relación entre Steven y Martin es el catalizador para todo lo que sucede en “El sacrificio del ciervo sagrado”. Desgraciadamente, no puedo revelar muchos detalles sobre la trama; hacerlo implicaría malograr algunas de las revelaciones más chocantes —y para algunos, incoherentes— de la cinta. Solo basta con decir que, si conocen algo de mitología griega, el título de la película debería servir para darles una pista sobre la historia. Inicialmente, Martin parece ser más un acosador que otra cosa, pero eventualmente le presenta a Steven una decisión que le recordará a más de uno a “Sophie’s Choice”; se trata del conflicto central del filme, el cual le otorga la mayor parte de tensión y suspenso que desarrolla.
Más no puedo decir, al menos de manera específica. No obstante, puedo manifestar que disfruté mucho de la manera en que los personajes son presentados como manifestaciones casi puras de distintos conceptos; Steven es la culpa en su máxima expresión, por ejemplo, mientras que Martin es la crueldad, la sociopatía personificada. Si los consideran como personas, sus actitudes pueden resultar bastante extrañas —la manera en que los personajes hablan en “El sacrificio del ciervo sagrado” es exageradamente cordial y fría, casi robótica—, pero si toman en cuenta que son símbolos puros, sus respectivos roles y acciones tienen bastante sentido.
Colin Farrel es muy bueno como el Dr. Steven Murphy. Como ya había participado en la producción anterior de Lathimos, “The Lobster”, ya está acostumbrado a su estilo, por lo que desarrolla al protagonista como un hombre que vive la culpa día tras día, alguien que simplemente no sabe como manejar las decisiones difíciles que tiene que tomar. Nicole Kidman, por su parte, es fría y reaccionaria, perturbadora incluso en sus escenas de desnudo (las cuales no podrían estar más alejadas de lo erótico). Y hasta Alicia Silverston —sí, la de “Clueless” y “Batman y Robin”— da una actuación suficientemente inquietante. No obstante, Barry Keoghan es quien se roba el show; su Martin es la crueldad en persona, y lo interpreta como tal, como un sociópata que cree en el “ojo por ojo, diente por diente”, y nada más. Después de todo, según él, es lo más cercano que hay a la justicia.
Supongo que es posible encontrar ciertos agujeros en la trama de “El sacrificio del ciervo sagrado”, pero eso era de esperarse. Después de todo, la película no se desarrolla en un mundo como el nuestro, con las reglas a las que estamos acostumbrados. Si ese fuera el caso, los personajes recurrirían a la policía en ciertas situaciones, por ejemplo, o reaccionarían de distinta forma al evento en el que se ven involucrados. Para disfrutar —e incluso para entender— “El sacrificio del ciervo sagrado”, es necesario METERSE en este mundo sin reglas, sin lógica.
El estilo de Lathimos es totalmente coherente con la historia que está dispuesto a contar. Hace un extenso uso de tracking shots y de planos de sus locaciones con lente angular para darle una sensación aplastante a cada escena. Las casas y los hospitales están siempre alrededor de los personajes, abrazándolos, casi absorbiéndolos. Los planos son largos y siguen continuamente a los personajes; incluso utiliza zooms para revelar o esconder personajes, dependiendo de lo que la escena necesite. La banda sonora, por su parte, está compuesta de sonidos electrónicos minimalistas y a veces extremadamente fuertes; contribuyen al tono perturbador de “El sacrificio del ciervo sagrado”.
“El sacrificio del ciervo sagrado” funciona mejor que “madre!” como una historia metafórica simplemente porque es más accesible, menos confusa. Sí, ciertas imágenes pueden resultar algo absurdas —consideren cualquier momento en que los niños se arrastran por el piso, o cuando el menor se cae de cara de la cama—, pero si se considera al filme como un ejercicio simbólico, y no tanto como una historia que se debe tomar de manera literal, entonces se trata de una cinta única, muy estilizada y perturbadoramente hiptonizante. “El sacrificio del ciervo sagrado” comienza con el zoom out de una operación REAL al corazón; por ende, ya desde el primer segundo de metraje deberían darse cuenta a qué se han metido, y si están dispuestos a aguantarlo, pues tendrán una experiencia sin igual.
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