Django: Sangre de mi sangre
La primera película de “Django” es un policial simplón y de aspecto barato, recordado casi exclusivamente por sus escenas de sexo explícito. Se trata de un muy entretenido placer culposo el cual, evidentemente, nadie confundiría por buen cine.
El caso de la secuela, “Django: Sangre de mi sangre” es, felizmente, bastante distinto.
La nueva película de Aldo Salvini (“Bala perdida”) es, posiblemente, la mejor secuela del cine peruano, unthriller lleno de suspenso y sorprendentes momentos de crecimiento de personaje. La diferencia entre la nueva cinta y su predecesora es abismal; mientras que el filme previo no tenía mayores ambiciones narrativas o visuales, Salvini dirige “Sangre de mi sangre” con estilo, otorgándole una cualidad visual que no muy a menudo se encuentra en las producciones locales, y desarrollando a sus personajes de manera algo arquetípica, pero efectiva. Recién estamos en enero, pero definitivamente se trata de una de las mayores sorpresas del año.
“Django: Sangre de mi sangre” comienza in medias res, es decir, en medio de una escena que en realidad le pertenece al segundo acto de filme. En dicho avance, vemos a Django (Giovanni Ciccia) fuera de la cárcel, siendo partícipe de un asalto (y fuga) frustrado.
Pocos minutos después, el filme nos transporte a tres meses antes, donde vemos al titular personaje saliendo de prisión y tratando de ubicar a su familia, consiguiendo un trabajo honesto en el camino. Las cosas no serán tan fáciles, sin embargo. Su ex esposa (Tatiana Astengo) ahora vive con el policía que tanto lo perseguía en la primera película (Sergio Galliani) y su hijo mayor (Emanuel Soriano) ahora se hace llamar “Montana”( en honor a “Caracortada”) y participa en actos delictivos, muy cerca a un poderoso mafioso dueño de un prostíbulo (Aldo Miyashiro).
Inicialmente, Django quiere vivir su vida de manera honesta, reconciliándose con su ex esposa, pero ciertos eventos lo obligarán a regresar al mundo del crimen. La presencia de la sensual hija de su mejor amigo (Stephanie Orúe), así como el sorpresivo regreso de la Chica Dinamita (Melanie Urbina) ciertamente no ayudarán a que Django se mantenga lejos de los problemas.
“Django: Sangre de mi sangre” se desarrolla como una saga criminal, protagonizada por un gran número de personajes, los cuales son, en su mayoría, bien aprovechados. El Django de Giovanni Ciccia es, obviamente, el personaje principal, pero otros actores de gran talento están igual de bien aprovechados. Stephanie Orúe es muy convincente como una chica sexy de barrio, de carácter fuerte y muy ambiciosa; Tatiana Astengo exagera un poco en las escenas de llanto, pero fuera de eso, hace un buen trabajo; Américo Zuñiga tiene un buen rol como el amigo que le da trabajo a Django; Sandro Calderón resalta como un criminal algo loco y cobarde; Emilram Cossío y Óscar López Arias son creíbles como un matón de pocas palabras y un soplón tartamudo, respectivamente, y hasta Aldo Miyashiro es intimidante como un mafioso que claramente disfruta de los excesos.
Quienes resaltan más, sin embargo, son Giovanni Ciccia y Emanuel Soriano. El primero interpreta a Django como un hombre más cansado, alguien que busca la redención y, hasta cierto punto, la salvación de su familia, ya que no quiere que sus hijos sigan sus mismos pasos. Ciccia es pura barba y líneas en el rostro, y convence como el antihéroe que es obligado a regresar a la calles, al crimen y a la suciedad, a pesar de que no quiere. Por su parte, el muy talentoso Soriano es excelente como Montana; su cara de loco es espectacular —y le sirve en las escenas más violentas—, pero también destaca en los momentos más emotivos. Consideren, si no, una escena de cruda vulnerabilidad emocional que comparte con Ciccia.
La presencia de Melanie Urbina como la infame Chica Dinamita es memorable, a pesar de que no aparece por más de quince minutos en toda la película. Sus escenas sirven, en su mayoría, para recordarle al espectador sobre los eventos del primer filme, y para avanzar la trama sin mayores complicaciones. Urbina se transforma rápidamente en lo que muchos consideran es su personaje más famoso, aunque quince años después, la encontramos un poco más triste y débil (pero igual de demente).
La dirección de Salvini es muy estilizada; abusa de los primerísimos primeros planos de sus actores, así como de los colores fuertes para denotar diferentes emociones (rojos intensos durante las escenas de peligro, por ejemplo). A veces puede resultar un poco exagerado, pero va bien con el tono de policial serie B que maneja “Django: Sangre de mi sangre”; además, no muchos cineastas locales tienen un estilo tan marcado y consistente, por lo que al menos uno puede confesar que “Django: Sangre de mi sangre” es una película DE Salvini al 100% (él también ayudó con el guion). Puede que se trate de un producto comercial, pero se nota que le dieron libertad para hacerla a su estilo.
De hecho, “Django: Sangre de mi sangre” es el tipo de película que me gustaría ver más en nuestro país: entretenimiento puro pero bien hecho, un filme que no sacrifica contenido temático (el sacrificio, la religiosidad, el rol del hombre supermacho en la familia) para distraer al público son sangre, malas palabras y desnudos. Sí, hay bastante de eso último —es un filme tipo serie B, explotador y exagerado, después de todo— pero no es el foco de la cinta. “Django: Sangre de mi sangre” encuentra un buen balance entre los elementos que podrían resultar más atractivos para un público masivo, y los temas importantes para la historia y la construcción de personajes, todo con la ayuda de una dirección muy estilizada, y secuencias de acción —balaceras sangrientas y persecuciones— escenificadas de manera caótica y divertida.
Fuera de los elementos más notorios, “Django: Sangre de mi sangre” también hace un buen trabajo a la hora de manejar un tono bien de barrio, bien criollo, el cual lo adentra a uno en este mundo de chicas de pocas prendas, criminales huachafos, asesinatos, robos y secuestros. Es una película que solo podría haber sido hecha de esta manera en nuestra ciudad, y que por lo tanto logra mostrar, de manera amena e intrigante, un lado de nuestra sociedad que no siempre es retratado de la mejor manera en nuestro cine —no es siempre sutil (consideren, si no, el plano final de la cinta, por si las metáforas no les quedaban claras), pero en general, funciona.
“Django: Sangre de mi sangre” es un filme de intriga y suspenso, tensión y comedia negra, balaceras, escenas de sexo, y traiciones. Pero más importante, es una película nacional que se nota fue hecha con cuidado, pensando siempre en un concepto y una idea visual muy particular, cosa que no se da con mucha frecuencia por estos lares. Se trata de un producto comercial muy efectivo, entretenido y bien actuado, el cual me sorprendió gratamente —considerando lo relativamente abierto que es el final de la cinta, no me molestaría ver más películas protagonizadas por Django. Ciertamente podrían contar más historias sobre este mítico personaje.
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