Blade Runner 2049
La original “Blade Runner”, de Ridley Scott, es de una de las películas más icónicas de los años 80, una obra de ciencia ficción que terminó inspirando a decenas de producciones posteriores, desde animes como “Ghost in the Shell”, hasta filmes de corte cyberpunk como “Matrix”, de las Wachowski. No se trata de un filme perfecto, pero su importancia histórica, así como sus cualidades visuales y narrativas, son innegables.
Es por todo esto que no resultaba difícil estar nervioso por el estreno de “Blade Runner 2049”, la tardía secuela dirigida por Denis Villeneuve. Las segundas partes que demoran tanto tiempo en estrenarse, y que tienen que alcanzar el mismo nivel de calidad que sus predecesoras, raramente funcionan; en muchos casos, terminan por demostrar que fueron realizadas más por razones financieras que creativas, y que no quedaban más historias qué contar en determinado universo, o con determinados personajes.
El caso de “Blade Runner 2049”, felizmente, es distinto. No estamos hablando de un reboot ni de unremake; “Blade Runner 2049” es una secuela al 100%, una película que cuenta una historia nueva y diferente, pero que a la vez homenajea de forma prácticamente perfecta a su predecesora. Visualmente hermosa e hipnotizante, se trata de una de las mejores cintas que he visto en lo que va del año, quizás superada únicamente por “Dunkerque”, de Christopher Nolan (aunque pensándolo bien, creo haber disfrutado ambos filmes por igual).
No puedo revelar mucho sobre la trama de “Blade Runner 2049”; el material promocional se ha mantenido cautelosamente impreciso, y con justa razón. Mientras menos sepa uno sobre la narrativa de la película antes de verla, mejor. Solo basta con decir que nuestro protagonista es Joe (Ryan Gosling), un Blade Runner que se dedica a cazar (o “retirar”) replicants viejos que hayan sido fabricados durante la época de la Corporación Tyrell, antes de que Niander Wallace (Jared Leto) se apropie del negocio de los humanos sintéticos. Su trabajo, no obstante, lo lleva a investigar un misterio que su jefa, la lugarteniente Joshi (Robin Wright) considera podría ser de extremo peligro, y que lo involucrará en algo que lo hará cuestionar mucho sobre su propia vida.
Los temas que maneja “Blade Runner 2049” han sido vistos en producciones previas del género de la ciencia ficción, pero sin embargo son introducidos y desarrollados en la narrativa con innegable efectividad y elegancia. El filme tiene mucho qué decir sobre la naturaleza de lo real: ¿cuál es la diferencia entre un ser que nació, y un ser que fue fabricado? ¿Cuál es su identidad, y quién se la da, sus creadores, o él mismo? ¿Y cuál es la naturaleza de su alma? Podría dar detalles sobre cómo es que la película decide presentar estas interrogantes, pero ello significaría malograr muchos aspectos de la trama, y eso es algo que no creo ningún potencial espectador debería sufrir.
Sin embargo, cabe mencionar que, a diferencia de su predecesor más frío, de tono más clínico, “Blade Runner 2049” me sorprendió por su gran “corazón”. Los primeros dos tercios de metraje se desarrollan más como un policial de investigación en el que Joe debe buscar pistas y seguir rastros dejados por sus potenciales sospechosos, pero los últimos 45 minutos de metraje presentan muchos giros narrativos inesperados que le otorgan una emotividad que ciertamente no estaba presente en el resto de la película. A diferencia de otros blockbusters contemporáneos, “Blade Runner 2049” no es previsible; hubo al menos dos momentos en los que creía saber cómo se iba a desarrollar la trama, para luego ser sorprendido por un guion que definitivamente no toma la ruta más sencilla.
Al igual que la primera “Blade Runner”, esta secuela favorece lo ambiguo por sobre las respuestas fáciles. Algunas de las preguntas más famosas —o infames— del primer filme son respondidas, sí, pero no necesariamente de la forma en que uno esperaría. Esto no hace de la película una experiencia menos satisfactoria; de hecho, “Blade Runner 2049” contiene suficientes referencias y guiños a su predecesora como para que uno sienta que se lleva a cabo en el mismo mundo, pero desarrolla una narrativa lo suficientemente distinta y original, como para no tener una sensación de deja vu. El desenlace, además, es perfecto; menos abierto que el de la película original, pero igual de bien construido (y más emotivo).
“Blade Runner 2049” se mueve a un ritmo pausado, de eso no hay duda; esto podría resultar algo frustrante para algunos espectadores, pero en opinión de este crítico, juega a favor de la película. De hecho, el filme maneja un tono hipnotizante, una sensación etérea similar a de la la primera entrega que lo mantiene a uno pegado a la pantalla por casi tres horas de metraje. Estoy seguro que si uno me tomaba fotos mientras veía “Blade Runner 2049”, salía con cara de atontado, con la boca abierta y los ojos abiertos, sin parpadear. La cinta me hechizó gracias a su tono de ensueño y a la manera en que desarrolló su trama engañosamente simple.
Visualmente, “Blade Runner 2049” es uno de los blockbusters modernos más bellos que jamás haya visto. El director de fotografía Roger Deakins ha sido nominado múltiples veces a los Premios de la Academia, y hasta ahora no ha ganado; ya es hora de que le den la estatuilla dorada. Su trabajo en “Blade Runner 2049” es simplemente sublime; homenajea a la primera película pero a la vez le otorga su propio estilo a cada encuadre. La cinta está llena de imágenes memorables, desde los planos aéreos de Los Ángeles, hasta las escenas con hologramas gigantes —incluyendo a una desnuda Ana De Armas—, océanos al borde de paredes enormes, o vastos desiertos llenos de basura. “Blade Runner 2049” es la rara película que lo hace a uno pensar, pero que también lo maravilla con excelentes efectos visuales y secuencias maravillosamente escenificadas y fotografiadas.
Ryan Gosling interpreta a Joe como un hombre complejo, lleno de conflictos internos, inseguridades, y una cuasi obsesión por resolver el misterio que tiene al frente (en ese sentido, se parece en algo al Deckard de Harrison Ford en la primera cinta). Se trata de un protagonista intrigante con el que uno se puede identificar, tanto así que ni siquiera hace que uno extrañe a Ford, quien se demora bastante en hacer su gran aparición. Ana De Armas es el complemento perfecto para Gosling; es una compañera que siempre lo apoya, que cree en él, que —aparentemente— lo quiere y que no parece ser capaz de dejarse afectar por su seriedad absoluta.
El reparto secundario está lleno de nombres notables. Robin Wright interpreta a la jefa de Joe como una mujer fuerte, incapaz de aceptar el cambio —o incapaz de creer que la humanidad podría aceptar nuevos cambios grandes—, y aparentemente algo obsesionada con la naturaleza de su subordinado. Jared Leto es perturbador como Wallace, Sylvia Hoeks es la perfecta secuaz, Mackenzie Davies me recordó un poco a Daryl Hannah en la primera cinta, y Dave Bautista sigue demostrando que está dispuesto a elegir proyectos que lo alejen más y más de sus orígenes como peleador de lucha libre.
Y por supuesto, tenemos a Harrison Ford. Su Deckard está de vuelta, de eso no hay duda, y aunque no aparece por una buena porción de la película, se nota desde la primera escena que el personaje es una gran influencia tanto en la trama como en el personaje de Gosling. Me gustó la manera en que conectaron ciertos elementos de la narrativa de la primera cinta con esta nueva historia, y me gustó como manejaron a Deckard, ahora un hombre mucho más amargado y cínico, pero no menos fuerte. Ford da una de las mejores actuaciones de su carrera; hay dos momentos en específico en los que logró romperme el corazón, algo que a Ford siempre le ha costado transmitir.
La banda sonora de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch (quienes reemplazaron casi a último momento a Jóhann Jóhannsson), por otra parte, mantiene un estilo similar al de la música de Vangelis de la primera cinta. Al igual que la estética general del filme, se trata de una progresión —o evolución— de lo mostrado en el filme anterior. Debo admitir que el trabajo de Vangelis me resulta, todavía, más memorable, pero no cabe duda que el soundtrack, junto con el excelente trabajo de sonido, complementan sublimemente a la historia que Villeneuve está contando. La película aprovecha deliciosamente los silencios, y utiliza sonidos fuertes (junto con explosiones repentinas y breves de violencia) para causar shock y perturbar al espectador.
Denis Villeneueve había probado con filmes como “Enemigo”, “Sicario” o “La llegada” que se trata de un maestro cineasta, pero con “Blade Runner 2049”, ahora ha demostrado que es capaz de trasladar su estilo —serio, tenso, muy visual— al mundo del blockbuster de ciencia ficción. “Blade Runner 2049” no es solo una inesperadamente fascinante secuela que complementa a su predecesora en vez de repetirla; también es una gran cinta del género, una película intelectualmente y emocionalmente satisfactoria, y uno de los mejores estrenos en lo que va del año. Es tan difícil encontrar una película Hollywoodense de gran presupuesto que satisfaga de tantas maneras, que no me queda más que celebrar su estreno.
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