Cebiche de Tiburón

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Después de una misteriosa —y debo admitir, efectiva— campaña de intriga, y de trailers que no hacían más que prometer la presencia de decenas de actores locales, tanto del teatro como de la televisión y hasta la farándula, por fin se ha estrenado Cebiche de Tiburón. No, no es una nueva comedia de Tondero, por más que lo parezca a primera vista. El filme fue escrito, dirigido y editado por el argentino Daniel Winitsky (autor del documental Candamo), y terminó siendo uno de los estrenos más surreales del año.

Utilizo dicha palabra porque no podía dejar de pensar en ella mientras veía Cebiche de Tiburón. La película parece haber sido escrita alrededor de sus actores —en vez de haber formado el reparto alrededor de un guión ya establecido—, por lo que termina contando una historia sin foco, llena de tramas secundarias innecesarias, personajes de soporte que no apoyan en nada, y una secuencia submarina que, a pesar de ser visualmente atractiva, es de lo más gratuita que podría ver uno en una comedia.

La narrativa principal tiene como protagonista a Pato (Manuel Gold, Tesoro Nacional), un talentoso cocinero que sin embargo trabaja como repartidor a domicilio para una cebichería en La Punta. Cuando el chef del restaurante se muere repentinamente —en una de las pocas escenas verdaderamente hilarantes de la cinta, debo admitir—, tanto la maligna administradora (Wendy Vásquez, haciendo de villana de telenovela) como el dueño del lugar (César Valer) deciden preparar un concurso para elegir al nuevo jefe de cocina. Lamentablemente, hacen trampa y le dan el trabajo al “rival” de Pato, interpretado por Andrés Wiese.

Desanimado, Pato recupera la esperanza cuando escucha por la radio el anuncio de un concurso nacional de cocina. Pero antes de que él mismo pueda postular, recibe la ayuda de un chamán (Sergio Galliani) y su hijo (un desesperante Dayiro Castañeda), quienes lo quieren mandar al fondo del mar a recuperar un sombrero y un pequeño tesoro. A la par, tenemos a Gato (César Ritter), quien quiere ser vendedor, pero termina trabajando para un mafioso que parece estar controlando el negocio de la pesca en el país (Gustavo Bueno, sobreactuando de lo lindo), quien decide mandarlo a un puerto en medio de la nada para que aprenda a preparar un buen cebiche.

Podría seguir con la sinopsis de la cinta, pero terminaría siendo un desperdicio de palabras. Basta con que sepan que, eventualmente, Pato y Gato se encontrarán (o reencontrarán —resulta que son viejos amigos de colegio) y decidirán ir juntos al fondo del mar.

No obstante, cabe recalcar que Cebiche de Tiburón contiene tantas subtramas, que ni siquiera he podido mencionar a la mitad del reparto. Es una tontería —la mayoría de actores conocidos en el medio local tiene un rol en el filme, por más pequeño que este sea. Esto convierte a la cinta en unshow de cameos; a falta de una narrativa sólida, Winitsky recurre a incluir a la mayor cantidad de celebridades posible, con la esperanza de que el público se distraiga con su presencia y no piense mucho en la excusa de “trama” que nos presenta la película. Esto funciona durante los primeros diez o quince minutos de metraje, pero eventualmente se torna tedioso.

Cebiche de Tiburón es una de las películas más desordenadas que jamás haya visto. El guión introduce tres o cuatro líneas narrativas en sus primeros veinte minutos, para abandonar dos de ellas por la siguiente media hora, seguir con la principal —la de Manuel Gold—, introducir más personajes, y terminar de cerrar los “arcos” de ciertos personajes secundarios en los últimos minutos. Para cuando el filme por fin decide terminar, yo ya me había olvidado que Carlos Carlín (haciendo su mejor imitación del Guasón) tenía un rol —uno podría, muy fácilmente, eliminar su personaje y la película no se vería muy afectada. Ciertamente, no era necesario ver su “castigo final” junto con el del personaje de Wendy Ramos.

De hecho, se podría decir lo mismo de la mayoría de personajes secundarios en Cebiche de Tiburón. La talentosa Francesca Aronsson (memorable en Margarita) tiene un antipersonaje; al parecer, Winitsky no podría tener solo un niño desesperante en su película. Lucho Cáceres aparece por cinco minutos (porque no puede haber película peruana sin Lucho Cáceres), Gianfranco Brero no tiene nada qué hacer, Ramón García está totalmente desperdiciado, Guillermo Castañeda tiene dos líneas de diálogo, y hasta tenemos cameos inexplicables de la Pepa Baldessari y Chiquito Flores (!). Aparentemente, a Winitsky ya no se le ocurrían más celebridades para incluir.

Todo esto sería relativamente perdonable si la cinta fuese divertida todo el tiempo, pero ese no es el caso. Admito haberme reído unas cuatro o cinco veces, pero no fue lo suficiente como para justificar un largometraje de dos horas de duración. Cebiche de Tiburón comienza bien, como una comedia absurda y algo surreal, para luego descender a la mediocridad absoluta (y aburrida) durante el segundo acto, transformarse en una suerte de documental estilo Nat Geo en el tercero, y concluir con un mensaje forzado y nada sutil sobre el cuidado del mar. No hay nada que odie más que una película que trata de sermonear a su público —y peor cuando se trata de una comedia supuestamente ligera y absurda.

Y ese es otro gran problema: Cebiche de Tiburón nunca llega a aceptar la ridiculez de su premisa o sus personajes; al menos no del todo. Tenemos chamanes, mafiosos obsesionados con el Cebiche, niños agrandados, villanas que quieren convertirse en alcaldesas a través de la comida,  personajes obsesionados con hablar en verso, y tesoros en el fondo del mar… y sin embargo, la película quiere que se le tome en serio durante sus últimos quince minutos de metraje. Es imposible.

Además, la edición carece de un ritmo acelerado, enérgico, que beneficiaría a su tono supuestamente “chiflado”. El reparto entero actúa como un grupo de pacientes de instituto psiquiátrico, pero Winitsky los filma muy al estilo publicitario, con una colorización lavada (¿dónde quedaron los colores fuertes y alegres en una COMEDIA?), flares, cámaras con poco movimiento y encuadres sin imaginación. Guardando las distancias, alguien como Edgar Wright sabría como usar el ritmo cómico de sus actores, la coreografía de sus movimientos, el manejo de cámara y, mucho más importante, la EDICIÓN, para desarrollar una comedia absurda y muy divertida. Winitsky debería estudiar su filmografía.

No se puede decir mucho más sobre Cebiche de Tiburón. Es una película hecha con la filosofía del “más es más”: ¡más actores, más locaciones, más tramas! Desafortunadamente, por muy bien publicitada que haya sido, no parece que el mismo esfuerzo haya sido aplicado a la elaboración de su guión, el cual hace mucho sin decir nada, y trata de meternos un mensaje —noble, relevante, hay que admitirlo— en la cabeza con la sutileza de una bomba nuclear.

Llena de publicidad descarada —Galliani y Dayiro Castañeda protagonizan una escena que es más un comercial de Cemento Sol que otra cosa—, slapstick mal coreografeado, actores desperdiciados (Manuel Gold, tú mereces mucho más que esto), y filmada con cero creatividad visual, Cebiche de Tiburón es mucho ruido por nada; un cuento lleno de ruido y de furia, que no significa nada. En pocas palabras: no la vean.

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