El joven Frankenstein

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Muchos argumentarían que El joven Frankenstein es la mejor película del antes prolífico Mel Brooks, y no estarían equivocados. Debe recalcarse, no obstante, que dicha declaración es todo un logro, considerando que Brooks es responsable de hilarantes clásicos como Blazing SaddlesLos ProductoresHistoria del Mundo: Parte 1 (no hay una Parte 2), Spaceballs, y hasta Las locas aventuras de Robin Hood (nunca me cansaré de defenderla; me resulta muy graciosa). Pero, efectivamente, El joven Frankenstein es, sin lugar a dudas, su mejor esfuerzo, y eso se debe a que funciona como una gran comedia, sí, pero también como una historia bien contada.

Después de todo, a pesar de contener gags visuales y chistes muy bien construidos, actuaciones exageradas y divertidisímas, y diálogo memorable, El joven Frankenstein logra, también, desarrollar un estudio de personaje, en el que vemos a un Frederick Frankenstein (se pronuncia “Fronkensteen”) que se niega a seguir los pasos de su abuelo, insistiendo que solo cree en la ciencia tradicional. Es una historia sorprendentemente emotiva, algo que muy pocos dramas lograrían crear, y mucho menos una comedia. Es una prueba de los talentos de Mel Brooks, pero también los de Gene Wilder (coguionista y protagonista de la película), quien aquí está genial. (Para muchos, su mejor actuación).

El filme comienza con Frankenstein recibiendo el testamento de su padre mientras trata de dictar una clase universitaria. Viaja inmediatamente a Transilvania por tren (“¿disculpa, chico, es esta la estación de Transilvania?”) y llega al tenebroso castillo, en donde lo reciben su nuevo ayudante, Igor (se pronuncia “Aygor”), interpretado por el gran Marty Feldman; una voluptuosa asistente, Inga (Terri Garr, ¡oof!), y la perturbadora ama de llaves, Frau Blücher (Cloris Leachman). Inicialmente, nuestro protagonista rechaza todo lo que tenga que ver con la investigación de su padre, pero cuando descubre un libro titulado “Cómo lo hice”, por Victor Frankenstein, en el sótano del castillo, su locura se desencadenará, y el monstruo (interpretado por Peter Boyle, famoso gracias a la serie de TVEverybody Loves Raymond) estará de vuelta.

Puede que para aquellos que estén acostumbrados a comedias contemporáneas más exageradas y enfocadas en lo sexual, El joven Frankenstein resulte inofensiva, hasta aburrida, pero uno debe recordar que, en aquella época (hace 42 años), filmes como estos no eran cosa de todos los días. E incluso si uno se anima a verla sin prejuicios, resulta muy graciosa —quizá no tanto como hace más de cuatro décadas, pero igual diverte.

El joven Frankenstein está llena de momentos memorables y diálogos que uno se anima a repetir en la vida diaria. La reacción de los caballos (y los truenos) a la mención del nombre de Frau Blücheri; toda la secuencia que involucra una puerta giratoria que lleva a nuestros protagonistas al sótano; la escena entre el monstruo y un viejo ciego interpretado por casi irreconocible Gene Hackman (era más gracioso de lo que uno se hubiese imaginado), y los momentos en los que Igor rompe la cuarta pared. De hecho, todo diálogo recitado por Feldman es oro puro —el hombre tenía un ritmo cómico impecable, y aunque interpreta al que podría ser el personaje más caricaturesco de la cinta (empatado únicamente por el Inspector Kemp de Kenneth Mars), jamás llega a irritar o cansar. Tiene el lookperfecto (¡esos ojos!), pero también el carisma.

No obstante, y para sorpresa de nadie, quien realmente carga la película sobre sus hombros es Gene Wilder. El legendario actor, quien tristemente nos dejó este 2016, es el perfecto Frankenstein. El cambio gradual del personaje resulta creíble gracias a su actuación, y los momentos en donde termina gritando como un desquiciado (consideren la reacción del monstruo a su “¡está vivo!”) resultan más divertidos que molestos gracias a que uno jamás duda, por un segundo, sus motivaciones. A diferencia de muchas otras comedias, El joven Frankenstein está poblada por personajes bien construidos e interpretado por convicción, con los que uno se puede identificar; uno se ríe con ellos, no de ellos.

El joven Frankenstein es la parodia perfecta de las películas de monstruos de la Universal de los años 20 y 30 —específicamente, de Frankenstein y La novia de Frankenstein, de James Whale. Es una sátira my inteligente de las características más absurdas de dichos clásicos, tanto de los personajes (consideren el peinado que eventualmente obtiene Elizabeth, interpretada por una magnífica Madeline Kahn), como de las tramas (el robo de los cerebros de parte de Igor).

Pero a la vez, El joven Frankenstein se siente como una película que podría pertenecer al mismo universo, es decir, es muy respetuosa de lo que Whale hizo con sus filmes, recreándolos con cariño pero a la vez burlándose de ellos, como si Brooks estuviese diciendo “parodio tus películas porque me encantan, no porque las odie”. La dirección de fotografía en blanco y negro de Gerald Hirschfeld es bellísima, aprovechando las sombras y la textura de los sets tanto para desarrollar la trama como para presentar gags hilarantes, y Brooks incluso logró utilizar elementos del laboratorio original deFrankenstein como parte del set del castillo de Frederick.

Algunas de las secuencias más jaladas de los pelos son de las más creativas y memorables —consideren, si no, el número musical que protagonizan Frankenstein y el Monstruo, bailando y cantando, vestidos de terno con colita. O si no la pequeña escena transitoria (homenaje director a la primera Frankenstein), en donde el Monstruo se hace amigo de una niña, quien eventualmente logra regresar a casa si daño alguno de la manera más caricaturesca posible. El Coyote y el Correcaminos estarían orgullosos. De alguna manera, Boyle logra hacer del monstruo un personaje que da miedo, pero también ternura y, obviamente, risa.

El joven Frankenstein es, sin lugar a dudas, una de las mejores comedias jamás realizadas. Es graciosa no solo a la creatividad cómica de Brooks y de Wilder, si no también a las grandes actuaciones —Leslie Nielsen le debe algo a este grupo de intérpretes, tan hábiles como él a la hora de recitar diálogo absurdo con la cara más seria posible—, al respeto que el filme le tiene a sus fuentes de inspiración, y a la trama sorprendentemente emotiva. Más de cuarenta años después, El joven Frankenstein sigue siendo igual de hilarante, e igual de relevante.

Ahora, ¿alguien quiere Ovaltine?

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