Jason Bourne
Tuvimos que esperar nueve años, pero por fin tenemos el placer de ver una nueva película de Bourne, dirigida por Paul Greengrass y protagonizada por Matt Damon, en la pantalla grande. Después de lo decepcionante que fue El Legado Bourne, con Jeremy Renner, era todo lo que los fanáticos querían (aunque una película tipo “versus” entre Damon y Renner definitivamente está en un segundo puesto). Y aunque me duele admitir que Jason Bourne es la más floja de las cintas protagonizadas por Damon, debo mencionar que no se trata de una decepción—definitivamente es superior a El Legado, y en lo que pierde en historia, definitivamente gana en acción e intensidad.
Para variar, Bourne (Damon) está siendo perseguido por la CIA una vez más. Todo comenzó cuando Nicky Parsons (Julia Stiles), una ex agente del gobierno, hackeó los archivos de operaciones secretas de la CIA para exponer todo lo que podía encontrar, incluyendo el proyecto Treadstone, al que Bourne pertenecía. Heather Lee (Alicia Vikander), analista de la CIA, descubrió la operación y le informó todo a su jefe, el director Dowey (Tommy Lee Jones), quién decidió que debían encontrar tanto a Parsons como a Bourne, y traerlos de vuelta vivos o muertos. Después de sobrevivir una intensa persecución en medio de una protesta en Grecia, Bourne decide descubrir más secretos sobre su pasado, esta vez relacionados a la identidad y trabajo de su padre, Richard Webb. ¿El problema? Dewey y Lee están detrás de él, y tienen ayuda: Vincent Cassel interpreta a un asesino que no descansará hasta matar a Bourne.
Por otra parte, tenemos una trama secundaria en la que el Gerente de una empresa de aplicaciones móviles, Aaron Kalloor ( Riz Ahmed) está a punto de develar un nuevo software que le permitirá tener acceso a todos los datos privados de millones de usuarios alrededor del mundo. Lógicamente, Dewey está interesado en una aplicación con semejante poder, lo cual no solo resultará en Bourne involucrándose en estos asuntos, si no también en Greengrass y compañía tratando de insertar algo de comentario social en la trama (¡seguridad! ¡privacidad!) con poca sutileza.
Como pueden haberse dado cuenta, Jason Bourne no se desvía demasiado de la “fórmula Bourne” establecida en filmes anteriores: Bourne quiere exponer y descubrir secretos de su pasado, la CIA lo quiere atrapar o matar, Bourne tiene que escapar. Tenemos a un jefe de la CIA, similar a los que interpretaron Brian Cox, Joan Allen y David Strathairn en la trilogía original, y un asesino (similar a los de Karl Urban o Clive Owen). Esto hace que el guión se torne algo previsible, pero no puedo dejar de admitir que el formato, dentro de todo, funciona—todavía.
Pero también es ahí donde radica el problema principal de Jason Bourne: no se siente como una película necesaria. Bourne tiene suficientes motivaciones como para involucrarse en la trama, de eso no hay duda, pero las nuevas revelaciones sobre su pasado se sienten forzadas. Particularmente, un secreto recién revelado sobre su padre parece ser algo que debió ser revelado en filmes anteriores—esto hace que la trama se sienta algo improvisada, más como una excusa para traer a Bourne y compañía de vuelta a la pantalla grande, que como una historia que Greengrass y Damon realmente tenían que contar.
La acción, sin embargo, está igual de bien realizada que en las cintas anteriores dirigidas por Greengrass. Si las han visto, saben a qué me refiero—combates mano a mano intensos y violentos, y persecuciones con vehículos llenas de choques repentinos y mucha velocidad. Y sí, la cámara nerviosa (o shaky cam) está de vuelta, por lo que si no disfrutan de esa técnica, definitivamente no disfrutarán de Jason Bourne. Todo depende de qué tan rápido procesen imágenes—la edición es tan acelerada, y los movimientos de cámara tan repentinos, temblorosos y violentos, que el filme podría resultar confuso para cierto público. Para aquellos que no tengan problema con esto, sin embargo, la acción realmente los meterá en los combates y persecuciones. Jason Bourne es casi tan intensa como El Ultimátum de Bourne; admito que un par de momentos me dejaron con el corazón latiendo a mil por hora.
Matt Damon interpreta a Bourne como un hombre solitario, callado, intenso; alguien que tiene muchos demonios con qué batallar, y que sigue buscando respuestas incluso después de haber recordado tanto en la película anterior. Sin violencia, sin peleas, realmente no tiene nada por qué vivir—es seducido por Dewey para regresar a la CIA y hacer lo que mejor hace, lo cual lo hace dudar sobre su verdadero papel en esta historia. Alicia Vikander interpreta a Heather Lee como una mujer extremadamente ambiciosa, fuerte e inteligente—es el personaje que más cambios sufre a la largo del filme, y por tanto resulta ser el más interesante. Me gustó el que Greengrass no trate de convertirla en un interés amoroso para Bourne—hubiese sido innecesario y francamente insultante para el personaje.
Tommy Lee Jones es perfecto como Dowey—hay pocos actores capaces de interpretar una figura de autoridad con tanta intensidad (y por momentos, amargura) como Jones. Vincent Cassell le otorga algo de sutileza a su psicopático asesino; Julia Stiles tiene un rol breve pero importante como Nicky Parsons, y Riz Ahmed es suficientemente arrogante como el inteligente e idealista Aaron Kalloor.
Jason Bourne iguala a las mejores entregas de la franquicia (Identidad Desconocida y El Ultimátum de Bourne) en acción y tensión, pero carece de la exploración profunda del personaje de la primera, y de la trama sencilla pero creíble de la segunda. Es un thriller ridículamente tenso y dirigido con aplomo, pero a menos que Greengrass y compañía se animen a producir un filme protagonizado tanto por Damon como por Renner, no me gustaría ver nuevas entregas de la franquicia. Claramente, ya no tienen mucho más que decir sobre este personaje como único protagonista—sabes que el guión no es el mejor cuando los mejores elementos de tu película son un personaje secundario (la Heather Lee de Vikander) y las secuencias de acción.
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