Carol
Carol es una experiencia casi hipnotizante. Enfatizando planos sensoriales, un tono de ensueño e imágenes cautivantes en vez de ofrecernos una narrativa tradicional, la película logró atraparme durante casi dos horas, a pesar de algunos defectos que pueda presentar. De hecho, por muy imperfecta que sea, Carol no se parece en nada a cualquiera otra historia de amor lésbico que haya visto antes, por lo que merece ser elogiada por su originalidad.
El filme se desarrolla entre 1952 y 1953 en la ciudad de Nueva York. Nuestras protagonistas son la acaudalada Carol Aide (una excelente Cate Blanchett) y una trabajadora de tienda por departamentos, Therese Belivet (Rooney Mara). Se conocen en época navideña cuando la segunda le vende un “set” de trenes a la primera, y la conexión es inmediata. Sin embargo, la vida de Carol es complicada. Su esposo, Harge (Kyle Chandler) sospecha de su lesbianismo, y está tratando de obtener la custodia completa de su hija en el proceso de divorcio. Es por esto que Carol decide embarcarse en un viaje por carro… y llevarse a Therese. Es durante este tiempo que su relación se volverá más cercana, a pesar de que ambas saben que un futuro juntas no es más que una fantasía.
Carol está basada en The Price of Salt, una novela escrita por Patricia Highsmith. No he leído dicho libro pero, según lo afirmado por Phyllis Nagy, la guionista (esta es solo su segunda producción cinematográfica), la autora hubiese estado feliz con la manera en que su obra fue adaptada para la pantalla grande.
Lo interesante de Carol radica en su simpleza—a pesar de presentarnos personajes secundarios como Harge o Abby Gerhard (Sarah Paulson), la mejor amiga de Carol y su ex amante, la cinta simplemente se dedica a contarnos la historia de estas dos mujeres, y nada más. El guión nunca se va por las ramas, por lo que la trama no llega a sentirse demasiado compleja o enredada. En una época en la que muchas películas tienden a llenar sus guiones con demasiados personajes o subtramas innecesarias, una película como esta se siente refrescante. No existe ningún momento forzado en el guión de Carol.
Por otro lado, también disfruté el hecho de que Carol no fuese una “película con un mensaje”. Sí, es cierto, la trama se desarrolla en la década de 1950, una época en la que la homosexualidad era vista como una abominación (punto de vista que, patéticamente, todavía persiste en algunas personas en nuestra ciudad de Lima), y es cierto también que la relación entre Carol y Therese era algo mal visto. Pero el filme jamás trata estos elementos de manera melodramática—en vez de tratar el material como algo prohibido o escandaloso o trágico, el director, Todd Haynes, y Nagy, simplemente cuentan una historia de amor, nada más. Sí, una historia de amor con altibajos, con complicaciones, con llantos y con risas, pero una sencilla historia de amor al fin y al cabo.
Cate Blanchett es sublime como Carol—fría y fuerte cuando tiene que serlo, pero amorosa y delicada cuando se encuentra interactuando con Therese. La presencia de Blanchett es magnética, por lo que no es difícil darse cuenta por qué alguien como Therese podría enamorarse de ella. Carol es una homosexual establecida—no tiene miedo ni vergüenza de quien es, por lo que uno tiene la sensación de que es ella quien seduce a Therese, y no viceversa. Sin embargo, la actuación de Blanchett es lo suficientemente fina como para que uno jamás sienta que se está aprovechando de Therese.
Sin embargo, y por muy sutiles que sean el guión de Nagy y la interpretación de Blanchett, Carolcontiene un defecto que lamentablemente hizo que no crea del todo en el romance central. En pocas palabras, la actuación de Rooney Mara, a pesar de no ser mala, no es lo suficientemente fuerte como para “vendernos” el romance. La química entre ella y Blanchett es mínima, sus expresiones son muy duras y frías, y los momentos más emotivos, en los que Blanchett da todo lo que tiene, son actuados con excesiva sequedad por Mara. Simplemente jamás me creí que ella estuviese enamorada de Blanchett—el personaje sufre diversos cambios emocionales, los cuales se pueden detectar claramente a nivel de guión. El problema es que jamás se hacen evidentes en la actuación de Mara.
Es más, incluso podría argumentarse que la única escena de sexo que comparten no funciona del todo. Es cierto, está muy bien lograda a nivel técnico—es muy sensorial, todo gracias a la fotografía de Edward Lachman—, pero la selección de planos no ayudó a que sienta algún tipo de pasión entre las dos participantes. Además, el hecho de que Blanchett se rehúsa a realizar desnudos se hace demasiado evidente (Mara no tiene problema alguno con ello)—la escena se siente contenida, mansa, como si estuviese constreñida por algún tipo de calificación (a pesar de que el filme lleva una calificación “R” en los Estados Unidos).
Visualmente, Carol es una maravilla, de eso no hay duda. La película fue filmada en celuloide de Super 16 mm, lo cual le da un look muy particular: la imagen tiene un grano que le da una textura imposible de obtener con cámaras digitales. Esto hace que parezca que estamos viendo una película de los años 50. La fotografía favorecer los colores cálidos y los planos largos de reflejos o a través de ventanas, lo cual contribuye al tono de ensueño de la historia. Tanto Blanchett como Mara está fotografiadas de tal manera que realmente parecen ser mujeres de la época; el extraordinario diseño de vestuario y diseño de producción definitivamente ayudan a que el filme se sienta completamente realista.
Carol es una película con elementos que funcionan muy bien; el guión caracteriza a sus personajes de manera muy verosímil, y la dirección de Todd Haynes le da una cualidad etérea a la trama. El ritmo es lento pero la película jamás aburre, y la dirección de fotografía es sublime. No obstante, el romance, por muy bien construido que esté por Phillis Nagy, no llega a cuajar debido a la actuación fría de Rooney Mara y la falta de química entre ella y Cate Blanchett. Carol es una película original, sencilla pero ambiciosa, y aunque no llegó a cumplir todas mis expectativas, no puedo dejar de admitir que se trata de una historia que vale la pena ver en la pantalla grande.
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