Baby: El aprendiz del crimen

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Edgar Wright es uno de mis directores contemporáneos favoritos. Ninguna de sus películas anteriores a su más reciente estreno han logrado decepcionarme: “Shaun of the Dead” es una enérgica e hilarante sátira del cine de zombies; “Hot Fuzz” (mi favorita) hace lo mismo con el cine de acción, incrementando las risas y desarrollando mejor a sus personajes; “El fin del mundo” entiende lo que funciona y lo que no en el cine de desastres y ciencia ficción, y “Scott Pilgrim contra el mundo” es la mejor película de videojuegos jamás hecha, a pesar de no estar basada en un solo juego en particular. Wright es uno de los pocos maestros que sabe mezclar bien la comedia con la acción, el horror, e incluso el drama ligero.

Y felizmente, “Baby Driver” (me rehuso a llamarla “El aprendiz del crimen”) no decepciona. Su más reciente producción es, hasta cierto punto, la más seria y madura que ha hecho hasta el momento. Sí, el filme contiene momentos muy divertidos —hay un gag en particular, relacionado a unas máscaras de Michael Myers, que me hizo reír a carcajadas—, pero definitivamente se trata de una película menos abiertamente cómica, favoreciendo la acción, el suspenso y el drama. “Baby Driver” es una adrenalínica historia sin igual, un filme muy estilizado que sirve como prueba de que uno no necesita de catástrofes, explosiones o grandes efectos digitales para generar tensión y emoción.

Ansel Elgort (“Bajo la misma estrella”) interpreta a Baby (“B.A.B.Y, como bebé”), un conductor muy talentoso que vive su día a día escuchando música en sus iPods, tratando de bloquear el zumbido constante que tiene en los oídos debido a un accidente que tuvo de pequeño. Al iniciar la película, está ayudando a sus compañeros en el robo de un banco. Buddy (Jon Hamm), Darling (Eiza Gonzalez), y Griff (Jon Bernthal) regresan al carro de Baby cargando sacos de dinero, para luego ir donde el Doc (Kevin Spacey) y dividir las ganancias. Resulta que Baby está trabajando para pagar una deuda —un trabajo más, y será libre. Dicho asalta involucra a Eddie (Flea), J.D. (Lanny Joon) y el insano Bats (Jamie Foxx), y no termina del todo bien.

Al mismo tiempo, Baby comienza a desarrollar sentimientos por una simpática mesera llamada Debora (Lily James), quien parece tener el mismo sueño que nuestro protagonista: escapar de su vida diaria, manejar por la carretera y nunca mirar hacia atrás. Es una hermosa fantasía que ambos están dispuestos a vivir, pero como deben imaginarse, las cosas no serán tan fáciles. Doc quiere de vuelta a Baby para un nuevo trabajo, y no aceptará un “no” como respuesta.

Estilísticamente hablando, la estrella de “Baby Driver” es su banda sonora. De manera similar a “Guardianes de la Galaxia”, de James Gunn, el filme de Wright presenta una serie ecléctica de canciones que complementan de manera perfecta a la historia; no obstante, el uso de la música en esta película es incluso más importante que en la de Marvel. Después de todo, uno experimenta la historia de “Baby Driver” desde el punto de vista de Baby, y para él la música es ya parte de su vida. ¿Quieren canciones que simbolicen el arco por el que atraviesa el personaje? Las tendrán. ¿Canciones que coincidan irónicamente con las escenas? Obvio. ¿Música que contribuya no solo al tono cómico de una escena, si no también que ayude a desarrollar las relaciones centrales entre personajes? ¡Por supuesto! La música es parte integral del ADN del filme, convirtiéndolo, hasta cierto punto, en un musical, a pesar de carecer de coreografías de baile o personajes cantando como si estuviesen en un concierto.

Fascinantemente, Wright también utiliza la música de manera muy creativa durante las secuencias de acción. Hay un par de tiroteos que están editados al ritmo de una canción, por ejemplo, y un par de gagsinvolucran la preocupación de Baby por tener la música correcta durante los robos. Las persecuciones, además, están muy bien editadas y coreografeadas; a diferencia de Michael Bay, por ejemplo, Wright no abusa del montaje hiperactivo o las cámaras en mano. La acción en “Baby Driver” emociona y genera suspenso porque es coherente y creíble, y aunque es posible que se hayan usado efectos digitales, estos no lucen demasiado obvios, y jamás desafían a las leyes de la física. A diferencia de la franquicia de “Rápidos y Furiosos”, “Baby Driver” no está poblada por súper héroes inmortales; acá, la muerte es algo muy real, y nuestros protagonistas son tan vulnerables como cualquier otra persona.

De hecho, hoy en día es muy difícil hacer que una persecución en carro sea emocionante —hemos visto tantas a lo largo de los años, que muchas se sienten genéricas, aburridas. Pero “Baby Driver” lo logra; el estilo tan particular de Wright se hace evidente a lo largo del filme —paneos rápidos, zooms, primeros planos de acciones para transmitir movimiento y el paso del tiempo—, pero utiliza estos recursos de manera moderada. Claramente, el objetivo de Wright acá era enfatizar la historia contada a través de los ojos —y oídos— de su protagonista, y desarrollar algo menos ligero, pero igual de entretenido que sus cintas anteriores.

Ansel Elgort es muy creíble como Baby. Lo interpreta de manera suficientemente torturada como para que funcione como un pseudo-criminal con pasado misterioso (el cual es revelado, poco o poco, a través deflashbacks), pero también con bastante carisma, como para que uno se identifique con él y se enternezca al verlo relacionarse con Debora y su padrastro sordo (CJ Jones). Lily James es encantadora como Debora (y su acento americano es casi perfecto); Kevin Spacey le otorga clase y es muy intimidante como Doc; y Eiza González, Jon Hamm y Jamie Foxx logran trascender de sus personajes arquetípicos (con la ayuda del guion) para convertirlos en figuras más interesante y menos previsibles.

Si “Baby Driver” tiene algún defecto notorio, sin embargo, es que el romance entre Baby y Debora, a pesar de ser muy dulce (sin llegar a empalagar) está poco desarrollado. Sí, la química entre ambos es palpable, y sí, comparten escenas bastante encantadoras —la de la lavandería siendo la mejor, de lejos—, pero uno siente que se enamoran demasiado rápido, lo cual es problemático considerando las decisiones que Debora toma durante el tercer acto. No se justifican, ya que da la impresión de que recién se están conociendo, y no de que están perdidamente y profundamente enamorados. Entiendo que el filme es presentado desde la perspectiva de Baby —razón por la que las motivaciones de Debora jamás llegan a quedar del todo claras—, pero considerando los matices que tienen el Buddy de Jon Hamm o el Doc de Kevin Spacey, por ejemplo, Wright definitivamente hubiera podido hacer un mejor trabajo con ella.

En todo caso, no se trata de un defecto que malogre el producto final. “Baby Driver” es un thriller sumamente original, una película de acción que, a diferencia de la mayoría de producciones que Hollywood lanza año tras año, me dejó con el corazón en la garganta, emocionado y con ganas de correr, manejar, y sí, escuchar música. Lo mejor que puedo decir de la película, muy aparte de lo mencionado líneas arriba, es que es imprevisible. Cada vez que uno cree saber a dónde se va a dirigir la trama —o cómo van a comportarse los personajes secundarios—, Wright hace lo opuesto, lo que convierte a su historia y personajes arquetípicos en algo mucho más emocionante y único. No es ni demasiado larga ni demasiado corta, y sirve, junto con “Dunkerque” y “Planeta de los Simios: La Guerra”, para probar que el blockbuster americano (todavía) no está muerto.

 

Avance oficial:

88%
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